Relaciones de moros y cristianos
Las relaciones de moros y cristianos son una representación teatral en distintos rincones de Lúcar, interpretada por los propios vecinos en los que se relatan batallas entre los moriscos y los cristianos del pueblo. Es una representación con tintes cómicos y con gran acogimiento popular. Las representaciones tienen lugar durante el día 20 y 21 de enero a lo largo del día.
Se celebran desde el S.XVII aproximadamente, cuando D. Juan de Austria instauro como patrón de muchos de los pueblos de la Comarca del Almanzora a San Sebastian, por él que sentía gran devoción, y surgiendo asi por esta época histórica las representaciones. La obra ha ido evolucionando con los años, pues antes estaba en castellano antiguo y las diferentes traducciones han dado lugar a la adaptación que se representa en la actualidad, dividida en cuatro actos.
La interpretación de la obra se hace en la plaza del pueblo las la procesión de los roscos y la misa en honor a San Sebastian, donde la gente acude a la espera de la llegada de la cuadrilla de actores ataviados debidamente y acompañados (como también tradicional) por la banda de tambores y cornetas.
Tanto en las procesiones como en los diferentes actos de la obra cada bando va acompañado por su abanderado, que es un personaje más ataviado con una bandera de símbolos moros o cristianos (medias lunas, sables cruzados, cáliz o cruces de santiago) y que ha sido recuperada recientemente.
Contenido
Personajes
Los personajes principales son:
Personajes:
- Don Andrés
- Sancho
- D. Diego
- Fatimafar
- Jamete
Diálogos
Los diálogos del texto original no están localizados actualmente pero se cuenta con los que a continuación se presentan que son una adaptación de los mismos:
Acto primero
(Representado la mañana del día 20 de enero)
En escena D. Andrés y Sancho. Escuadra de soldados cristianos.
D. Andrés. D. A.:
- Haced alto a la falta de esta sierra
- valerosos soldados; y el cansancio
- que el arte militar nos ocasiona
- tenga también sus justos intervalos.
- Descansad, descansad de la fatiga
- de tan largo ejercicio, descuidados.
- Mientras los centinelas no nos muevan,
- de tranquilidad goce nuestro campo.
Sancho. S.:
- ¡Jesucristo! Que ya llegó la hora de sentarnos.
- Por Dios, que si tarda un solo instante
- en salir esta orden de mi amo,
- de la alforja, el fusil, la bayoneta,
- la espada y demás trastos de soldado
- iba yo a renegar;
- porque tal vida conmigo ha de acabar,
- si no la acabo.
D. A.:
- Descansad sin recelo, que yo mismo
- he de haceros la guardia.
S.:
- Qué regalo es estar
- un lacayo panza arriba (se tiende)
- mientras ve a su amo trabajando.
- D.A.:
- ¡Sancho!
S.:
- ¡Ay Jesús, señor!
D.A.:
- Ven conmigo.
S.:
- Cosa es esta, por Dios, del mismo diablo.
- Señor, pues, ¿no nos mandabas descanso?
D.A.:
- Entonces solo hablaba a los soldados.
S.:
- Pues, yo acaso ¿soy rana o soy sapo?
- Téngame Dios la lengua de su mano.
- Y es cosa del mismo demonio,
- que en una marcha seguida soy soldado;
- y, cuando los soldados reposan,
- entonces vuelvo a ser pobre lacayo.
- ¡Paciencia, Sancho!
D.A.:
- Demos vista al campo
- donde creo que el pagano ha de venir.
S.:
- Tal rabia les tengo
- por los trabajos que por ellos paso,
- que, siendo ellos los perros,
- yo de pura cólera y rabia ardo.
D. Andrés está dando vueltas a su gente. Detrás le sigue Sancho, distraído. Por una esquina aparecen los moros.
Fatimafar. F.:
- Agarenos valientes, llegó el tiempo
- en que nuestro denuedo y fuerte brazo
- levante el corvo alfange con tal furia,
- que acabemos de una vez con los cristianos.
- Por oculto sendero hemos venido;
- que, pienso llega el tiempo, y sin amagos.
- Yo esto celebro más; que en amenazas,
- por malgastado el tiempo, no lo gasto
(mirando a los cristianos)
- Descuidados están sin duda alguna.
Jamete. J.:
- Tenierte ya, siñor, que estar cristiano
- bien dispierte, y dar vueltas al campo.
F.:
- Dices bien, Jamete. Y pues mi intento,
- que fue hallar su descuido, no he logrado,
- haced señal de paz, que quiero hablarle.
- Hasta segunda orden el campo quede
- sin dar paso adelante; pues presumo
- que, con solo mirarme,
- los cristianos harán lo que les mande.
J.:
- Siñor, si yo pillare
- del cristianile algún soldate,
- ¿qué de premio aguarde?
F.:
- Cuantos tú cautives con tus brazos,
- te los doy, y que sean tus esclavos.
J.:
- ¡Temer, temer, cristianile,
- que, por vida de Mahomillo,
- yo he de pillar a cuatri!
Hacen movimiento D. Andrés y Sancho.
S.:
- ¡Válgame el buen ladrón y sus compadres!
- ¡Válgame san Crispín y Crispiniano!
D.A.:
- ¡Sancho! ¿Qué traes?
S.:
- ¡Señor, moros en tierra!
D.A.:
- ¿Qué dices?
S.:
- Con cincuenta he peleado
- y, como mi valor no me valiera,
- nos pillaran a todos descuidados.
- Cuatro docenas he muerto,
- cincuenta heridos, y otros tantos...
D.A.:
- Eres valiente, Sancho.
- Esa hazaña yo te la premiaré.
- ¡Muévase el campo!
- Fórmense batallones en tres piezas;
- y para mí el centro, mientras tanto
- ¡al arma, capitanes esforzados!
- Pasto de espadas las cabezas
- de los moros, que nos tienen injuriados,
- con la historia que inventan de proezas
J.:
- Sinior, sinior. ¡Alá, valerme!
F.:
- Jamete, ¿te vuelves asustado?
J.:
- Es que de pelear no puedo tenerme.
- Yo luchar con cien cristianos,
- y matar de milenta otros milenta,
- mientras ellos juyen a sus campos.
F.:
- Repítase la señal, aunque ya basta,
- que yo tanta política no gasto.
- Ven Jamete, conmigo, que tu casta
- bien merece que yo de ti haga caso.
(Dirigiéndose al campo cristiano)
- ¡Ah, del campo cristiano!
(Poniendo atención Sancho)
S.:
- ¿Quién nos llama?
F.:
- Un moro hablar pretende
- al capitán de esa escuadra.
D.A.:
- Di que quieres, sarraceno valiente.
F.:
- Escucha un rato.
J.:
- ¡Por Alá! ¿Ser aquel el cristianile?
S.:
- ¡Por Dios! ¿Es aquel el moro del fandango?
F.:
- Valiente capitán, Alá te guarde;
- y la fe que en mi pecho noble arde
- comunique has el tuyo, cuyo efecto
- sea mudar Mahoma tu proyecto,
- trayéndote a su grey,
- como, a entre todas, la verdadera ley.
- El que Esmirna, Anatolia y la Tartaria
- hace de peso su conducta varia;
- y, con concisos modos, el gran Señor
- saludos envía a tu reina Isabel,
- cuya basta monarquía de España
- gobierna con amor, valor y saña.
- Y, pues tú eres su lugarteniente
- evacuaré contigo mi expediente.
- Dile, pues es notorio,
- el derecho que tiene al territorio,
- o Reyno de Granada, ya que goza
- de tranquila y sosegada posesión,
- que mantuvo, sin engaños
- por algo más de setecientos años.
- Dile también, ser llegado a su noticia
- la necedad, el error, la estulticia
- con que un pueblo cristiano
- adora por su Dios o soberano
- a un Sebastián impío,
- que, siendo profeso del rito mío
- del cielo castigado,
- fue expulsado de mi ley, y desterrado,
- porque mi gran profeta así lo quiso,
- de nuestro milenario paraíso.
- Y así, para evitar el grave daño,
- que os acarrea tan enorme engaño;
- y que, cuando a su ley así os convida,
- veáis, pretende vuestra eterna vida,
- antes que castigaros;
- que su intento solo es desengañaros,
- quiere que yo os declare
- su verdadera historia, por si hallare
- falso el culto que tenéis,
- y de tan villanos dioses abjuréis.
- Ese infiel Sebastián, que, (sin asombro
- te puedo asegurar que no lo nombro),
- en sus tiernas edades
- colmóle el cielo de prosperidades.
- Y así, en primer lugar, su culto intento,
- le concedió un ilustre nacimiento.
- El grande Diocleciano,
- perseguidor eterno del cristiano,
- le colmó de favores,
- hasta hacer que gozara los honores
- de capitán de su primera escuadra;
- cosa que solo cuadra
- a un noble ciudadano, y ciudadano
- que gozara los timbres de romano.
- ¿Quién pensara que tantos beneficios
- Le habían de servir de precipicios?
- ¿Y qué hombre, bien nacido,
- no había de responder agradecido?
- Pues ese Sebastián,
- ese, que será mejor llamarle fiera,
- cuando el Emperador así le honraba,
- cuando al cielo sus prendas ensalzaba,
- él, por diversos modos,
- iba ofendiendo gravemente a todos.
- Y así, en segundo lugar, al marchar
- con las tropas de su mando a auxiliar
- justicias que se hacían con tantos infelices
- seguidores del falaz culto vuestro,
- la hacía con fervor cauto y siniestro
- y cuando alguno miraba,
- que en seguir vuestra ley titubeaba,
- lo animaba entonces y lo alentaba,
- que en ella firme fuera,
- sin que otro a su lado lo entendiera;
- como quien dice, con infames modos,
- “si yo me he de perder, piérdanse todos”.
- Este oficio villano
- ejecutó con Marco y Marceliano,
- haciendo ver a Nicóstrato,
- que su muda mujer, llamada Loa,
- hablar pudiera. Y esto, ¿cómo lo hizo?
- Es bastante claro, con hechizo.
- Porque un hombre maldito
- pasa de uno a otro delito.
- No obstante, Diocleciano
- intenta reducirlo con agrado.
- Le promete riquezas y muchas honras,
- que el malévolo las tiene por deshonras.
- De esta suerte su fama acrecentaba
- de cristiano, que a voces publica
- y que no le importaban los cadalsos,
- pues que nuestros dioses todos eran falsos.
- Faltóle la paciencia
- a nuestro emperador; y lo sentencia
- a que muera asaeteado.
- Y al instante, a un madero bien atado,
- imitando a su Dios, vilmente muerto,
- desaetas quedó todo cubierto.
- Y difunto lo dejan. ¿Quién dijera,
- que el arte de magia le pudiera
- la vida? Pues así sucedió;
- porque, atrevida, otra su semejante,
- Irene arrogante,
- olvidando ser noble y ser romana,
- por arte del demonio
- la salud le restaura. Testimonio
- de esta verdad sea él mismo.
- Dentro de pocos días
- sale al encuentro, enteramente sano,
- del grande Diocleciano.
- Y con la voz severa
- a su grandeza injuria y vitupera;
- con voces atrevidas,
- que todas sus deidades son mentiras;
- que, de no lavarse en el Bautismo,
- había de padecer eterno abismo.
- Quedóse Diocleciano sorprendido,
- y lleno de enojo y decidido,
- y, guiado de su justa conciencia,
- a que muera de una vez le sentencia.
- Así se ejecutó, con rigor tanto,
- que no quedó lugar para otro encanto.
- Esta de vuestro santo en justo modo
- la historia es; sin que nada de todo
- cuanto a su conducta he referido,
- algo le haya quitado ni añadido.
- En cuya inteligencia, ya está clara
- nuestra justicia, para que vosotros, veloces,
- haciéndoos fuerza el alma a mis voces,
- al instante detestéis,
- os apartéis al punto y abjuréis
- sus depravados y falaces ritos,
- confesándoos, convictos
- que el más digno de incienso y aroma,
- después del grande Alá, sólo es Mahoma.
- Siguiendo a esta acción, como justa,
- reconocer por Majestad augusta
- la de mi Ley y mi Rey;
- supuesto, como tengo declarado,
- que este reino lo tiene usurpado.
- Y en señal de honor tanto
- me entreguéis la estatua de ese santo,
- para conducirlo a su real presencia,
- y así significar vuestra obediencia.
- Esto de mi venida es el asunto.
- Si obedecéis mis órdenes al punto,
- no pasará el rigor más adelante;
- mas, si acaso, con voluntad constante
- en tan falsa religión permanecéis,
- por mi profeta, que antes que anochezca,
- quedaréis de mi furia combatidos,
- los que no destrozados, si rendidos.
- En cuyo caso, ten por cierta ciencia,
- que no he de usar sombra de clemencia.
D.A.:
- No sin justas razones,
- canes os llaman todas las naciones.
- Villano embajador, y tan villano,
- que más muestras ser perro, que no humano.
- Que las razones más santas y sagradas
- no se hallan de tu furia excepcionadas.
- Y aunque la indignación que en mí se encierra,
- exige te responda con la guerra,
- me templaré algún tanto,
- por decirte, que aún cuando, como a santo,
- a mi gran Sebastián reverenciamos,
- jamás le veneramos
- con el culto tan grande que a Dios toca;
- pues eso, sólo la bárbara, la loca
- superstición romana,
- la unidad en su Dios niega y profana;
- siendo tal su vehemencia,
- que hasta el dios de la escoba reverencia.
- Mas los cristianos, cuando veneramos
- a nuestro gran Patrono, nunca usamos
- tratarle como a un dios; pues bien sabemos,
- que no hay mas que uno, en quien creemos.
- Y porque veas que en la expresión que hiciste
- yerros que palabras embebiste,
- oye, verás, no obstante mi rudeza,
- salvar de mi Patrono la grandeza
- sin ofender a la Deidad sagrada,
- Uno y Trino por nosotros confesada.
F.:
- Suspéndete, cristiano. Con la espada
- me enseñó el gran Mahoma a que arguyese,
- no con razones. Cese
- tu estudiada ficción; que en la pelea
- vencerá la razón, sea la que sea.
D.A.:
- Pues, prevén tus escuadras. ¡Capitanes!,
- pueblen el viento nuestros tafetanes.
- Concertad nuestra gente,
- y castiguemos tan bárbaro insolente.
F.:
- Agarenas columnas,
- ¡al arma! ¡Vivan nuestras medias lunas!
S.:
- Ah, morisco perrengue,
- espera que de un palo te derrengue.
J.:
- Cércate aquí, cristianile; al instante,
- por vida de Mahomillo, he de pillarte.
(Se hace la batalla. Ganan los moros. Quedan presos D. Andrés y Sancho.)
FIN DEL ACTO PRIMERO
Acto segundo
(Representado la tarde del día 20 de enero)
(En escena D. Diego, capitán de los cristianos; Fatimafar, rey de los moros; D. Andrés de los Pinedas, en prisiones).
D. Diego. D.D.:
- ¡Valientes capitanes
- y soldados valerosos,
- que en todas las naciones
- tenéis granjeado
- el epíteto de heroicos,
- de puntosos y de nobles!
- A vuestro valimiento y condiciones
- invoco en este caso; porque cuando el honor
- se antepone a otras virtudes,
- sólo el valor dirige las acciones.
- ¿Dónde están las conquistas españolas?
- ¿Dónde el pundonor que hasta los bronces
- y lápidas marmóreas publican
- en honrosos aunque fúnebres renglones?
- El moro altivo pisa nuestra tierra,
- ocupando los sitios superiores,
- y hollando las cervices más erguidas,
- que el tiempo ha conocido entre los hombres.
- ¡Preso el grande D. Andrés de los Pinedas,
- honor de capitanes y señores,
- asombro y destrucción del paganismo,
- y nosotros sufriendo estos baldones!
- Los templos del Señor hechos mesones
- poseídos de bárbaros moriscos,
- cautivos los santos sacerdotes,
- expuestos a sufrir viles rigores.
- Esforzaos, heroicos capitanes y soldados.
- No permita Dios que estos errores,
- tan grande desventura, tal desgracia
- no halle satisfacción la más conforme.
- El que de español noble se gloríe,
- el que en su corazón sienta estos golpes,
- que embrace bien la espada, y mis pasos
- tenga por ejemplo, tenga por norte.
- Hasta la plaza vamos del contrario,
- y lo que mi valor hacer dispone,
- allí conocerá, mas no publico,
- que el silencio es mejor en ocasiones.
- Nuestro gran Sebastián es el caudillo,
- que nos va protegiendo; por su causa sufrimos.
- Él nos induce a la acción gloriosa.
- Adelante, sin temer a los rigores.
- Su deshonor pretende el mahometano;
- desea separarnos de su culto;
- intenta rematar su nombre santo,
- y borrarlo de nuestros corazones.
- Ved, y conocidas las razones,
- afilemos la punta del estoque
- y pasemos a una acción de reconquista;
- no haya brazo no templado para el golpe.
- ¡Alto! ¡A marchar! No suene parche alguno.
- Caminen en silencio los tambores;
- no se enteren que vamos en su busca,
- hasta que esté encima nuestro choque.
(Se van acercando)
F.:
- ¡Africanos valientes! Pues el cielo
- tan a nuestro favor se ha declarado,
- que, cuanto apetecemos, al instante
- con gran facilidad hemos logrado,
- no echemos a perder lo ya ganado;
- estemos fuertes con valor constante.
- Espías avanzadas se despachen,
- que averigüen los rastros del contrario.
- Su general tenemos en prisiones.
- Mañana he de colgar a su criado,
- para que, con ejemplos semejantes,
- logremos aterrar a los cristianos.
- Pueblo no ha de quedar en toda España,
- que no quede sujeto a nuestro brazo;
- para que el gran Mahoma se venere,
- hasta los más recónditos espacios.
- Mas, tened, que si yo no padezco yerro,
- una tropa avanzada de soldados,
- cristianos en el traje, a este sitio
- en silencio y con armas se van cercando.
- Aunque, dejadles que lleguen,
- por si acaso quisieran entregarse;
- contando con no hallar misericordia
- si no entregan la estatua de su santo.
D.D.:
- ¡Maldición! Ya de los enemigos
- descubiertos, vistos sin duda somos;
- mas, si se ha malogrado el intento,
- vamos a ganarles en su campo.
- (Se adelantan)
- ¡Grande Fatimafar! Yo sólo vengo,
- como jefe mayor de mis soldados,
- a pedirte un favor, que se reduce,
- permitas el canjeo de mi cabo.
- Soldados tuyos tengo prisioneros,
- y aún cuando de los tuyos no hagas caso,
- también tengo dinero que equivalga
- a la mayor cabeza de tu campo.
- Pídeme lo que quisieres,
- como al punto no me entregues
- del todo habilitado a D. Andrés,
- de otra suerte experimentarás mi brazo.
F.:
- Suspende el labio, cristiano!
- No molestes, no, con tal relato;
- que vienes dementado, según muestras,
- y yo no hablo jamás con dementados.
- ¿Canjearme pretendes a tu jefe?
- ¿Quieres darme por él a mis soldados?
- ¿No ves que es desatino temerario,
- todo cuanto dices? ¿No percibes
- que lo que ahora me ofreces tan urbano,
- dentro de pocas horas será mío,
- sin que yo necesite me sea dado?
- Tu capitán lo tengo entre prisiones.
- La muerte le he de dar, y a todos cuantos
- no se acojan, rendidos a mis plantas,
- e invoquen a Mahoma por gran santo.
- Y por último término te digo
- que si dentro de una hora no has llegado
- a entregarme la estatua de ese,
- que tú veneras por tu santo;
- y así mismo, si no pones a mi arbitrio
- todos los que son vecinos y soldados,
- fortalezas, castillos, plazas de armas,
- mujeres, los niños y paisanos;
- si los templos, ermitas y oratorios
- no desocupáis de dioses falsos,
- para que el gran Mahoma se venere,
- y le rindan condignos holocaustos;
- no entregáis al punto vuestras vidas,
- y os sometéis a todo mi comando,
- ¡por el eterno Alá! que he de oprimiros
- y, hasta digo lo último, aniquilaros.
- Sólo esto te respondo, y sólo espero
- el tiempo de una hora que te he dado,
- para que deliberes; entendido,
- que la vida o la muerte está en tu mano.
- La vida, si te entregas prisionero,
- y a Mahoma reconoces por tu amparo.
- La muerte, si por tu mal capricho,
- rehúsas practicar lo que te mando.
D.D.:
- ¡Grande Fatimafar! ¿Sólo una hora
- me concedes de término, en un caso
- donde he de menester mayor consulta,
- donde he de menester mayor cuidado?
F.:
- ¿Una hora te parece poco tiempo?
- Pues, el que tiene arbitrios muy sobrados,
- para sin más, destruirte; y aún acaso
- si al punto no obedeces mis preceptos,
- también éste yo sabré revocarlo.
D.D.:
- ¡Ea! Ya llegó el tiempo en que el orgullo
- y la desesperación rompa reparos.
- ¡Soldados míos! A morir o a dar al mundo
- del valor español ejemplo santo.
- A insultar, a insultar al enemigo.
- La prevención nos sobra en este caso.
- No os acobarde, no, que somos pocos;
- pues viniendo con nosotros Santiago,
- cada uno de vosotros equivale
- a doscientos moriscos africanos.
- Mas para asegurar nuestro intento
- he de usar otro ardid, vamos llegando.
- (Se acercan más y sigue)
- ¡Grande Fatimafar! Ya estoy dispuesto
- a entregarme rendido, a implorar tu clemencia;
- mas primero, te quiero suplicar benevolencia
- para que consulte tan extraño pensamiento
- a mi Jefe Mayor; y para ello
- hazle comparecer.
F.:
- No hallo reparo.
- Traed de la prisión en que se encuentra
- a ese mísero jefe aprisionado;
- para que, de esta suerte, se convenga
- con todos los demás a ser mi esclavo.
- (Sacan de prisión a D. Andrés)
D.D.:
- ¡Heroico capitán! Ya, sin arbitrio
- a sostener la guerra, hemos pensado,
- por reservar siquiera nuestras vidas,
- entregarnos rendidos. Y aunque el caso
- es fuerza que te cause y nos cause
- un acerbo dolor, siempre mirando
- el respeto que todos te debemos,
- tu parecer pedimos de contado.
D.A.:
- El dolor que me causa tal propuesta
- si no acaba conmigo es un milagro.
- Como es milagro ver que entre españoles
- haya hombres tan ruines y villanos.
- ¿Entregaros pensáis a un enemigo
- de la fe, aun temerario, a un infiel?
- Mas, no es bien que lo impropere;
- sólo a vosotros debo improperaros.
D.D.:
- No es razón que por solo tu capricho,
- hayamos de morir todos rabiando.
- Y más me ofenden, si, tus improperios,
- que aún el mismo dolor en que me hallo.
- En fin, pues pedir tu consejo
- tan solo es razón de estado
- sin tu consejo haré lo que quisiere.
- Y así, soldados míos, id llegando,
- y diciendo en alta voz: ¡Viva, viva
- el gran Fatimafar, por muchos años!
- (Aparte)
- Ea, soldados míos, llegó el tiempo;
- atención cuando invoque a Santiago.
- (Se acercan empuñando las espadas como para rendir)
F.:
- Vayan todos llegando, uno a uno,
- y rindiendo las armas de contado.
- ¡Cántese la victoria!
D.D.:
- Yo el primero
- lograré tal honor; y arrodillado,
- hago pleito homenaje de que, ¡¡viva Santiago!!
(Se da la batalla y los cristianos liberan a D. Andrés).
F.:
- ¡Ah, infames! ¡Ah, traidores! ¡A ellos!
- Que no escape ninguno con la vida.
- ¡Mueran esos indignos temerarios!
- ¡Volved a aprisionar a ese malvado!
- Pero, ¡oh, cielos! ¿Qué miro? Aleves
- en desconcertada huida se han llevado
- a su jefe mayor. ¡Vive Mahoma
- y vive el grande Alá, que he de pillarlos
- y ofrecerlos en víctima sangrienta!
- Nadie los siga, nadie; que al instante
- en que el alba nos anuncie el sol dorado,
- he de vestir el campo de corales,
- en venganza formal a tanto agravio.
D.D.:
- ¡Ah, valientes guerreros! Que a las piedras
- ponéis como testigos de este caso;
- pues solo a Dios las gracias se le deben
- y, por ello, rendidos holocaustos.
- Y tú, gran capitán, en cuyo obsequio
- fingidamente intenté caso tan raro,
- perdona el sentimiento que te dimos,
- cuando nuestra ficción manifestamos.
D.A.:
- ¡Heroico amigo, gloria de España!
- ¡Soldados valerosos y gallardos!
- Vosotros sí tenéis que perdonarme
- el infame concepto, ya pasado.
- Confieso me insultaron tus palabras;
- y, aunque en discurso, ya titubeando,
- proferí sin sentido lo que dije,
- y, como tal, no debe, no, agraviaros.
- Y pues sólo Dios pudo inducirnos
- a tal y tan gloriosa acción,
- es bueno que en su obsequio repitamos:
- ¡Viva nuestro patrono y nuestro amparo!
FIN DE LA SEGUNDA PARTE
Acto tercero
(Representado la mañana del 21 de enero)
(En escena D. Andrés de los Pinedas; Sancho, su criado; Fatimafar; Jamete, su criado; escuadras de moros y cristianos.)
D.A.:
- Ya soldados, que los cielos
- generosos permitieron consolarnos,
- cautos, nuestras fuerzas reunamos;
- pues el moro, es consiguiente que pretende
- nuevo combate provocarnos.
- Imploremos la clemencia de Dios,
- y la de nuestro Patrono Santo.
- ¡Mueran esos perros mahometanos!
- (Pausa)
- Mas Sancho hacia aquí se acerca.
S.:
- Gracias a Dios que he llegado,
- señor a tus pies. La fuerza
- de la fortuna me ha alentado
- en las penas de verme aprisionado.
D.A.:
- Sancho, ¿cómo, di, has podido
- romper la prisión?
S.
- Haz cuenta
- que va de cuento, y así he urdido
- el cuento de mi tragedia.
- Supongo que los moriscos
- nos vencieron; cuya pena,
- aunque lloró nuestro campo,
- no dejó de ser adversa.
- Mi fortuna me entregó
- en manos de aquel trompeta
- de Jamete, al diablo su pelleja.
- Supongo que con sobornos
- o de la suerte que sea,
- tú pudiste escapar
- de una canalla tan fiera,
- dejándome a mí cautivo;
- pues he aquí lo que resta.
- Apenas amaneció otro día,
- cuando al echarte de menos aquella
- vil chusma, eran tantas las zalemas,
- retortijones de manos, gritos,
- y zambras que empiezan,
- que yo me temí, señores,
- se colmaran de soberbia.
- y yo estaba ya, sientiendo
- llegar a tan triste escena.
- Y he aquí, que el condenado
- del moro que los gobierna,
- por vengar su pesadumbre,
- mandó ahorcarme de una entena.
- Entonces fue, que al practicar
- tan malévola sentencia,
- quiso Dios favorecerme,
- pues se movió tal tormenta,
- que hasta el puerto de Armuña,
- cuya plaza es la primera
- que el moro nos ha pillado,
- con la de Suflí, Purchena,
- Somontín, Tíjola y Sierro,
- sopló el aire con tal fuerza,
- que al poco rato me hallé
- en alta mar, sin que hubiera
- otra persona en la nave,
- que yo. Y aunque con esta
- infeliz novedad logré
- impedir verme en Jorquera,
- se alborotaron los mares,
- recogí pronto las velas.
- Pero me sirvió bien poco;
- que como en Tíjola era,
- y en Tíjola, ya se ve,
- son los aires tan sin cuenta,
- temí que mi pobre nave
- quedara en aires deshecha.
- Pero no sucedió así, que
- cuando empiezan las penas,
- nunca para poco empiezan.
- De allí salí con presteza,
- porque un gran golpe de mar
- me arrojó a la más perversa
- playa que se reconoce
- en cuanto el sol gobierna.
- En medio de Suflí y Sierro
- fui a parar; que mejor fuera
- haber muerto en alto puerto,
- que no dar en tal maleza.
- Muchos aires se combaten;
- y aunque eran de poca fuerza,
- como ya abajo, ya arriba
- me arrojaban con presteza,
- fue menester mucho, para
- que no me desvaneciera.
- Pude arrimarme a Suflí,
- que aunque el peligro no cese,
- nunca es tanto como en Sierro;
- aunque siempre en Sierro logran
- los aires muy poca fuerza,
- cuando no encallan, molestan.
- Y como en Suflí me guardé
- de tal cual roca o maleza,
- el aire, por más que apriete,
- nunca goza solidez cierta.
- Yo creí que mis desgracias
- se dieran ya por contentas;
- pero no sucedió así,
- porque salí de Caribdes
- y di en Escila; que entra
- un temporal muy soberbio,
- y arrojóme hacia Purchena;
- que aunque en sus playas no hay
- piedras, que temerse puedan,
- como son aires tan recios,
- y soplan con tanta fuerza,
- aunque todo es aire, es aire
- de una intención muy perversa.
- Serenáronse los mares,
- y tanto, que aunque las velas
- las tendí todas, me hallé
- varado como una piedra
- en frente de Somontín.
- Dispararon varias piezas
- de metralla, y tal cual bala;
- ninguna me acierta.
- En cuya ocasión, tomado
- el aire alguna fuerza,
- emprendí venirme a LÚCAR.
- Y, cuando ya venía cerca,
- empiezan a darme caza
- cuatro barcas cañoneras,
- que despacharon de Armuña.
- Y si en peligro me viera
- de que me pillasen, pienso,
- echaran al mar de cabeza;
- que aunque en Tíjola y Sierro,
- Somontín, Suflí y Purchena
- puede a ningún cristiano
- irle bien, es más proterva
- Armuña, que aunque es islilla
- de poco valor, viene a
- sobrarle de malicia,
- lo que le falta de fuerza.
- En fin, señor,
- ya que los cielos permiten,
- que bajo vuestra protección,
- de nuevo puesto me vea;
- y si mi infeliz tragedia
- vale algo para ti, valga
- me vengue de tan perversa
- canalla; pues si lograra
- ver a Jamete en mi tierra,
- pagará sus buenos cuartos
- en igualitas monedas.
D.A.:
- Valiente has estado, Sancho.
- cuentas de tal manera
- tu historia, que siendo falsa,
- casi queremos creerla.
S.:
- ¿Cómo es eso, señor? Si otro
- alguno no me creyera,
- le haría entrar en trote
- y creerme de por fuerza.
- Pero, en fin, permita Dios que
- todo aquel que no me crea,
- acabe su triste vida
- en tan infelices tierras.
D.A.:
- ¡Ea, capitanes míos!
- Id ocupando esas selvas,
- en el mejor orden. Dense
- las debidas providencias,
- para resistir al moro;
- que si, puestos en trinchera
- nos embisten, es consiguiente
- que en nuestras manos perezcan.
S.:
- Señor, en buen orden puesto,
- hacia acá el moro se acerca.
D.A.:
- En nombrando yo a ¡Santiago!
- cercarlos, para que no puedan
- ningún modo escapar
- de prisioneros o muertos.
S.:
- Haciendo seña de paz
- con un pañuelo blanco,
- el moro hablarte intenta.
D.A.:
- Pues responde por tu cuenta;
- que no es mala diligencia
- escuchar al enemigo.
S.:
- Atiende, que a hablarte empieza.
F.:
- ¡Infelice capitán!
- Porque al verte, mi presencia
- mate, antes que mi alfange,
- me acerco a ti. Y porque veas,
- que con gran ruindad procedes,
- cuando no observas las reglas
- de milicia, haciendo fuga
- de la prisión; que hay quien pueda
- de los moros enseñarte,
- reduciéndote a una estrecha
- mazmorra, para que acabes
- tu infelice vida en ella.
- A sangre y fuego el avance
- voy a dar a tus trincheras.
- Prevente, pues te lo aviso.
- Y advierte la diferencia
- que hay entre los dos. Mientras
- tú por la noche te ausentas
- de mí huyendo, yo te busco
- de día a cara descubierta.
D.A.:
- Espera, Fatimafar, óyeme.
F.:
- Dime, si por el bien intentas
- entregarte prisionero.
D.A.:
- Sólo te doy por respuesta,
- que el tiempo que yo no avance
- ese de vida te queda.
- Y porque lleves sabido,
- que yo para nada falté
- a las reglas de milicia;
- pues quebrantarlas yo hubiera
- cuando tú, como es debido,
- en prisiones me tuvieras
- bajo palabra de honor;
- pero, si en ti no se encuentra
- política, y me reduces
- a estar en prisión estrecha,
- en quebrantarla no hice
- cosa que mancharme pueda.
- Y, esto supuesto, las armas
- finalicen lo que resta.
F.:
- ¡Mueran los viles cristianos!
- ¡Viva nuestro gran Profeta!
D.A.:
- ¡El valor, soldados míos,
- en esta ocasión se muestra!
F.:
- ¡Viva Alá! ¡Muera el cristiano!
D.A.:
- ¡Defiéndanse las trincheras!
- ¡Soldados míos, a ellos!
- ¡Santiago, España cierra!
J.:
- Cristianile, ¿tú acordarte,
- que el ajorcarte te espera?
S.:
- Eso ya no me toca a mí;
- que desde ahora empiezas,
- perrengue, a sufrir, que yo,
- a puro palo, te muela.
J.
- ¡Mahomillo del demonio,
- que he de pillarte!
S.:
- ¡Perro, suelta!
- (Se da la batalla. Se entregan los moros, y dice el rey)
F.:
- Reniego de Alá, y también
- de mi fortuna adversa.
D.A.:
- ¡Ríndete, moro!
F.:
- Aunque quisiera
- resistirme, ya no puedo.
- Corta mi infame cabeza.
- Cristiano, mátame al punto,
- porque mi infamia no veas.
- ¡Véngate ya!
D.A.:
- Los cristianos
- del rendido no se vengan.
- Alza del suelo y escucha;
- que si ayer, por tu soberbia
- no salvé de mi Patrono
- la honra, ahora, que llega
- el tiempo, en que me oigas
- puedo hacerte de por fuerza.
- No es bien quede en opinión
- tu falsa doctrina expuesta.
- La primer razón que diste,
- por ninguna parte es buena.
- Si es que hago memoria cierta,
- se fundaba en el derecho,
- que supones a esta tierra,
- por razón de haber prescrito
- el tiempo de poseerla.
- Mas oye, que por dos vías
- he de darte la respuesta.
- La primera, porque, cuando
- se prescribe algo, en presencia
- del que es dueño de la cosa,
- siempre, es fuerza, el que éste
- no la repugne, por medio
- de pleito o bien con guerra;
- porque, aunque no se requiriera,
- que él sepa que la prescribe,
- es circunstancia bien cierta.
- Así fue. Cuando los moros
- entraron a poseerla,
- -hablo de España- jamás
- se apartó de la quimera
- de reemplazarla el dueño
- natural y propio de ella.
- La segunda es aquesta.
- En tiempos, como tú dices,
- que la romana potencia
- gobernaba Diocleciano,
- fue, cuando la santa Iglesia
- de Cristo, sufrió en cristiano
- la persecución más recia;
- a pesar de que otras nueve
- contaba ya, bien sangrientas.
- Pero en ésta, como en todas,
- lejos de lograr que pueda
- ajar su grandeza el diablo,
- ensalza más su grandeza;
- respecto a que, como el oro
- sale más purificado,
- cuanto más en el crisol se quema.
- Cosa es ésta que debían
- reflexionar los contrarios,
- para dejar su protervia.
- Y así fue nuestro Sebastián,
- como que testigo era
- de esta verdad, reconoció
- luego la Ley verdadera.
- También miraba que, cuando
- la crueldad y la fiereza
- en los hombres se aumentaba,
- por el contrario, las fieras
- daban de piedad señales
- de humildad y reverencia.
- Y si no, díganlo cuantos leones,
- con estupenda manera,
- lejos de hacerles
- la más diminuta ofensa,
- a sus pies postrados, daban
- indicios de la obediencia
- que tienen a su Creador,
- y a sus santos en la tierra.
- Quiero hacerte una pregunta;
- ¿del demonio la fuerza
- es tanta, que hacerle pueda
- hostilidades a un Dios,
- y destruir sus iglesias?
- Me dirás que no. Y dirás
- bien; porque cosa tan cierta,
- toda nación la publica,
- toda nación la confiesa.
- Además de esto, las obras
- de los que mi Ley profesan,
- aún en los mismos suplicios,
- ¿no daban señales ciertas
- de su justificación?
- Sus plegarias, ¿cuáles eran?
- ¿Cuáles las súplicas a Dios
- en vuestra misma presencia?
- ¿Pedían acaso venganza
- de la malicia perversa?
- Antes bien, pedían a Dios
- que Él os favoreciera.
F.:
- Calla, cristiano, ya calla.
- No prosigas, cesa, cesa.
- Que esa razón que acabas
- de dar, tanto al alma llega,
- que ella sola basta, para
- conocer la congruencia
- de tu argumento. Pues, ley
- que establece como regla,
- lejos de poder vengarse,
- pagar con bien las ofensas,
- es entre todas las leyes,
- sin duda, la más santa,
- sin duda, la más perfecta.
- Dime, cristiano, ¿es posible,
- que de tan grandes ofensas,
- como cometí, viviendo
- en mi Ley falsa y proterva,
- haya perdón de Dios a mí?
- ¿Tendrá Dios de mí clemencia?
D.A.:
- Mi mismo Dios tiene dicho,
- que a cualquier hora que llegue
- el pecador, y por siempre,
- que arrepentido le vea,
- y pida misericordia,
- usará Dios con él de ella.
F.:
- Pues, Señor, si arrepentido
- me buscáis, me pesa tanto
- el haberos ofendido,
- que de puro sentimiento,
- me siento anegado en llanto.
- ¡Ay, qué es de mi, infelice,
- si habéis de dar la pena
- correspondiente a mis culpas!
- Usad de vuestra clemencia
- conmigo. Apartad, Señor,
- de mí la infausta sentencia
- de muerte; antes bien,
- dadme la vida eterna. Detesto
- la infame e infernal secta
- de Mahoma y sus secuaces,
- de falsedades tan llena.
- Confieso que la Ley vuestra
- es la verdadera Ley; la
- única que al cielo lleva
- nuestras almas. Y las otras
- como falsas, nos condenan.
- Llévame, cristiano, ya
- no enemigos por la guerra,
- sino amigos, y del alma.
- Llévame ya, donde pueda
- con el sagrado Bautismo
- lavar las manchas funestas,
- que oprimen mi infeliz alma,
- la debilitan y afean.
- Y vos, Sebastián glorioso,
- que desde la misma secta,
- conociendo sus engaños,
- pasasteis a dar creencia
- a la verdadera Ley,
- perdonadme las ofensas,
- vituperios y baldones
- de mi depravada lengua.
- Acordaos de la perfecta
- caridad con que impetrabais
- del cielo la gran clemencia
- por vuestros perseguidores.
- Y, pues que estáis en la gloria,
- pedid por mi, desvalido,
- que la Majestad eterna
- me perdone mis delitos.
- Y vosotros, agarenos,
- si queréis la salud vuestra,
- como seguisteis mis pasos
- seguidme a la santa Iglesia.
- Vamos a hacernos cristianos,
- a recibir el Bautismo,
- y con ello consigamos
- entrar en el Paraíso.
D.A.:
- ¡Grande Fatimafar! Llega
- a mis brazos, pues me alegra
- de ver conversión tan recta.
- Orgulloso estoy. Dichoso
- tú mil veces, pues con esa
- decisión tan portentosa
- así a la Gloria te acercas
- sin envidiar otra cosa.
- Tu amigo del alma yo soy.
- cuanto valga, cuanto pueda
- yo, tú puedes. Y pues quiso
- Dios que yo instrumento fuera
- de tu conversión, en gloria
- de todo aquel, que quiera,
- de tus soldados, volverse
- a su patria o a su secta,
- desde luego, libremente
- he de dejarle se vuelva.
- Pero el que quiera, quedará
- viviendo en España, libre,
- y le daremos hacienda,
- que en nombre de doña Isabel
- segunda, se les conceda.
- En muestra de la obediencia
- y respeto a tal reina
- repetid conmigo a voces:
- ¡Viva la Ley verdadera!
- ¡Viva el patrón san Sebastián!
S.
- Y vivan Sancho y Jamete.
- Ya que nadie se acuerda.
Todos.:
- ¡Viva!
S.:
- Y vivan los forasteros,
- que nos honran en las fiestas.
Todos.:
- ¡Viva!
S.:
- Y también digo que viva
- todo aquel que no se muera.
Todos.:
- ¡Viva!
FIN DEL ACTO TERCERO
Nota: el tercer acto da fin los Moros y Cristianos, reducidos a tres partes. Mas puede añadirse un cuarto acto.
Acto cuarto
(Representado el día 21 por la tarde)
(En escena D. Andrés de los Pinedas, Sancho, Fatimafar y Jamete).
D.A.:
- Ahora ya, gran Fatimafar
- que nuestra amistad se estrecha
- cada día, pues cada hora
- a mi intención se presenta
- un asunto, que adelanta
- la estimación que en mí reina,
- quiero, a fuer de amigo tuyo,
- acomodarte a mi idea.
- Y, sin embargo de que es
- manifiesta mi rudeza,
- voy a hacer una explicación
- breve, corta, que comprenda
- sustancialmente el misterio
- del sacro Bautismo, puerta
- de la Gloria, que el divino
- Redentor nos deja abierta.
F.:
- Antes que tu erudición
- manifieste con largueza
- quiero protestarte, grande
- don Andrés, que el que yo atienda
- con deleite tus preceptos,
- no arguye que mi fe sea
- tan débil, que necesite
- para creer en tus pruebas.
- Pues, aunque nuevo cristiano,
- es mi fe tal, que, con ella
- armado, estoy más seguro
- que poseyendo la ciencia
- en sumo grado. Lo juro.
- Bajo esta suposición,
- de tu boca elocuente
- está pendiente mi idea.
D.A.:
- Yo nunca pensé para ti
- necesitar de más letras,
- que tu mismo entendimiento;
- pues sé que sólo te fuerza
- a seguir la senda justa,
- del corazón la nobleza.
- Y, por tanto, mis conceptos
- otra dirección objetan.
- El Bautismo es el primer
- Sacramento, es la puerta
- por donde nos entramos
- a la santa Madre Iglesia.
- Bien que éste pueda formarse
- de tres maneras; ya sea
- por ablución, con la forma
- que el gran Jesús, vida nuestra,
- estableció, y con que tú
- adquiriste vida eterna.
- O ya, padecer martirio
- con gran valor, en defensa
- de la fe. O finalmente,
- en necesidad extrema,
- formando en el corazón
- una constricción perfecta.
- No obstante todo esto,
- no es más que un solo Bautismo;
- y una es también nuestra fe,
- que a nosotros nos alienta.
- El río Jordán fue donde
- el Redentor, en presencia
- de su precursor Juan,
- hizo institución tan perfecta;
- y en ella el antídoto
- contra la original deuda.
- El efecto que produce
- es de completa limpieza.
- Lava el alma de cualquier
- mancha, sea ésta original,
- actual, mortal o venial,
- perdonando toda pena.
- La materia de él es agua
- natural. Y aunque la tierra
- maldijo Dios, pues produjo
- la fruta vedada a Eva,
- no el agua, que del agua
- fue que la vida viniera,
- tanto para todo el mundo,
- como en nuestra Madre Iglesia.
- Y con esta agua perfecta
- había de apagarse el fuego
- de la espada llameante,
- que del Paraíso en la puerta,
- sostenía el Ángel de Dios;
- impidiendo en adelante
- que el pecador con franqueza
- entrara en cualquier instante.
- En el Libro de los Reyes
- se da ocasión al asombro;
- puesto que en él se refiere,
- que el leproso Namaán, sirio,
- fue al Jordán y a consecuencia
- del mandato de Eliseo
- se bañó en él, y la lepra
- se le apuró de tal suerte,
- que dejó sus carnes bellas,
- como si fueran de un niño.
- Pues aquí se representan,
- bien en vivo, las virtudes
- que este Sacramento encierra.
- Y es que por más desdichas,
- en que las almas se encuentran,
- a fe que quedan tan sanas,
- tan bellas y esclarecidas,
- como un niño manifiesta.
F.:
- Basta, excelente cristiano,
- No mientes más tu idea.
- No formes, no, más discursos,
- pues los que formados dejas,
- son tales que al más infiel
- creer en Dios persuadieras.
- Y, porque te asegures
- de esta expresión verdadera,
- ¡mis soldados mahometanos!
- ¿Queda alguno en mis banderas
- que no siga a Jesucristo?
Todos.:
- Todos su fe reverencian.
F.:
- ¿Alguno sigue a Mahoma?
Todos.:
- Todos sus leyes detestan.
F.:
- Pues en prueba de que siempre
- hemos de seguir en la Iglesia,
- repetid conmigo a voces:
- ¡Viva la Ley de Jesús!
Todos.:
- ¡Viva la Ley de Jesús!
F.
- ¡Y la de Mahoma muera!
Todos.:
- ¡Y la de Mahoma muera!
(Sale Sancho que trae a Jamete)
S.:
- Sal acá, cara de zorro,
- y dinos lo que te cuentan
- esas voces de los tuyos.
J.:
- ¿Yo cosas decir como ésa?
- No permitirlo Mahoma.
S.:
- Detesta tu mala secta.
J.:
- Que no. ¿Acaso tener yo
- tan dura la mía testa?
D.A.:
- Sancho, ¿qué trastorno es ése?
S.:
- Es que Jamete no quiere
- ser cristiano; y lo ha de ser,
- aunque sea de por fuerza.
D.A.:
- La Ley de Dios no permite,
- traer de por fuerza a ella.
S.:
- ¡Pues está buena la fiesta!
- ¿Y si no le diese gana
- a este moro, que es un bestia,
- de seguir a Jesucristo,
- no ha de haber quien lo convenza?
D.A.:
- ¡Convéncele con razones!
- Y si no bastasen éstas,
- déjale seguir su intento.
S.:
- ¿Dejarle? Como no quiera
- persuadirse por las buenas,
- yo le rompo la cabeza.
F.:
- Jamete, no seas ceporro;
- que en ello te va la vida,
- por mal que a ti te parezca.
J.
- Yo no creer sino aquella
- promesa del gran Mahoma,
- de querer gozar en tierra
- mil años de Paraíso.
F.:
- Esa tan brutal promesa
- manifiesta claramente
- lo bárbaro de tu secta.
- ¡Apártate de ella al punto!
J.:
- ¡Yo nunca apartarme de ella!
F.:
- Pues, Sancho, aunque no quiera
- bautízalo a la fuerza.
S.:
- Eso es. Ese es mi tema;
- que yo lo he de bautizar,
- o el diablo se lo lleva.
D.A.:
- No hagas tal, amigo Sancho.
F.:
- ¿Qué inconveniente se encuentra
- en bautizarle forzoso?
- ¿No es mejor que así suceda,
- que permitir se condene?
D.A.:
- Ya he dicho, que la Ley nuestra
- no quiere forzar a nadie.
- Además de que, si hubiera
- caso en el cual un adulto,
- por engaño o por fuerza
- bautizaran, mientras éste
- no tuviera intención recta,
- y fe para bautizarse,
- Sacramento allí no hubiera;
- porque la fe se requiere,
- como una cosa muy cierta.
F.:
- De esa razón que tú nos das
- tal vez alguno infiera,
- que, el que formar intención
- de tener fe no pudiera,
- no le vale el bautizarse.
- ¿Será como un infante,
- que éste sin Bautismo queda,
- aunque otro lo bautizare?
D.A.:
- La intención que dije, solo
- al adulto se pide; pues
- al infante es la Iglesia
- quien suple la fe primera,
- fe que es más segura y cierta.
- Y es la razón de esto,
- porque del modo y manera
- que heredamos el pecado
- original, y en aquella
- ocasión pudo bastarnos,
- para contraer la deuda,
- la infidelidad malvada,
- que se halló en Adán y Eva,
- del mismo modo nos basta,
- para adquirir vida eterna,
- la fe, que en nuestro Bautismo
- la Iglesia tiene y profesa.
- Y si la ajena malicia
- nos produce tales quiebras,
- también deben producirnos
- tales gracias la fe ajena.
F.:
- Cierto, católico insigne;
- que aunque dudas no tuviera
- por ver tu literatura,
- discerniendo las materias,
- me agradaría el oírlas.
S.:
- Y, después de tanta arenga,
- en qué quedamos, ¿bautizo
- a Jamete o no?
D.A.:
- Como él quiera,
- será tu acción meritoria.
S.:
- Con que ¿rogándole solo,
- he de ablandar su dureza?
D.A.:
- No hay otro medio mas que ese.
S.:
- ¡Pues, buena está la fiesta!
- Si sólo ha de ser así,
- armémonos de paciencia.
- Mira, Jametico mío,
- mira, prenda de las prendas,
- mira, cachorro del alma,
- mira, hijo, que te condenas.
- Vuelve sobre ti y repara,
- que, como dice Soleta,
- quien bautizarit non quierit,
- mil demonios se lo llevan.
- Mira bien que el Paraíso,
- que tú conseguir esperas,
- es un embuste muy cierto,
- y una farándula incierta.
- Mira que Mahoma y Sergio
- fueron un par de trompetas,
- que con embustes y enredos,
- os conducen como bestias.
- Hazte cargo, Jametico,
- que si tu ley fuera buena,
- hombres leídos y listos
- no se separaran de ella.
- Ea, hijo, ¿te resuelves?
- Di, prendita, ¿en qué piensas?
- Hazte cargo, hijo, mira;
- tú bien sabes que en tu secta
- es pecado beber vino;
- también es culpa muy gruesa
- comer jamón y tocino.
- En mi Ley, aunque te bebas
- cada hora unos vasicos
- y comas a boca llena
- una morcilla tan gorda
- como el muslo de mi pierna,
- todo es parva de materia.
- Si eres cristiano, eres libre.
- Te repartirán hacienda;
- y serás, como quien dice,
- persona hecha y derecha.
- Vaya, dime ¿a qué te inclinas?
- Dinos ya tu resolvencia.
J.:
- ¿Yo poder, como en mi tierra,
- tener mujeres a docenas?
S.:
- Aunque aquí no se usa eso,
- luego que por ahí te vean,
- tan bien peinado y hermoso,
- con esa cara de feria,
- te seguirán las más bellas.
J.:
- Ea, pues; a bautizarme.
S.:
- ¡Alabada sea mi ciencia,
- y lo que un hombre como yo,
- alcanza. Pues, hijo, llega,
- ponte luego de rodillas,
- con la vista muy modesta,
- destira al pescuezo,
- no levantes la cabeza;
- y cuando yo te pregunte,
- si bautizarte deseas,
- al punto has de decir, “volo”.
J.:
- ¿Volo yo? Que no, hombre, que no.
- Volo, tú; volo tu madre,
- y toda tu descendencia.
S.:
- ¡Ya se echó a perder la fiesta!
- Escucha, espera. “Volo”
- quiere decir, que me cuaca.
J.:
- ¡Ah! Eso ser otra cuenta.
- Vamos allá, que me cuaca.
S.:
- Bien, Jamete, Dios te alienta.
- Vuelve a arrodillar las piernas,
- y estáte con mucha atención,
- para decir lo que debas.
- No hagamos nulo el Bautismo
- por mala forma o materia.
J.:
- Aquí estoy, no te detengas.
- (Se arrodilla)
S.:
- ¿Y como nombrarte intentas?
J.:
- Ah, tú nombrar como quieras.
S.:
- Pues, te nombrarás Sebastián,
- para que siempre refieras
- que, gracias a este santo,
- y porque estamos en fiestas
- del Patrono de esta villa,
- que Lúcar se llama a enteras,
- te has librado de una muerte,
- o vivir siempre en cadenas.
D.A.:
- Yo quiero ser el padrino.
F.:
- Y yo hacer la recompensa
- de los cohetes y el vino.
- Y gritar con toda fuerza:
- ¡Viva san Sebastián!
Todos.:
- ¡¡¡Viva!!!
D.A.:
- ¡Viva el cura y el alcalde!
Todos.:
- ¡¡¡Viva!!!
S.:
- Y hasta otro año que vuelva.
El cuento
Este cuento sustituyó en algunos años, al original contenido en el Libro de Relaciones de Moros y Cristianos. Su autor fue José Ángel Gómez Rodríguez, poeta lucareño fallecido en junio 1997).
S.:
- Allí donde la morisca,
- estuvo con Alí perro.
- Allí donde la zagala
- le dijo al oído un verso,
- Allí me encontré, yo anoche,
- una petaca y un puro,
- unas bragas y un sombrero,
- y en un rincón escondío,
- como si fuera un bichejo,
- una cosa de esas raras,
- cuyo nombre no recuerdo,
- algo así mu parecío
- a lo que usa mi abuelo
- pa que la hoz en la siega
- no le arremeta en el deo.
- ¡Me cache en Alá, morisca,
- se me pone to regüerto!
- o yo no entiendo de rastros
- o allí no hicieron na güeno.
- Pensar que anoche me dijo:
- vente Sancho, pal desierto,
- que a la venía p’acá
- te vía dar un rato güeno.
- Y yo por no dejar solo
- a mi capitán D. Diego,
- y por hacerle el café
- a D. Andrés, rey tan bueno,
- me hice una “mieja el longui”,
- igual que con los impuestos.
- Mas si llego a imaginar
- qué quiso icirme con eso,
- si yo llego a comprender
- lo que era un “ratico güeno”,
- D. Andrés se queda solo,
- y solo se queda D. Diego,
- y fundo hasta la matraca
- pensando en el fandangueo. ¡
- Me “cachi” en Alá, morisca,
- se me pone “to regüerto”.
- Ya me la estoy imaginando
- en “to” el centro del desierto,
- con la falda “arremangá”
- panza “p’arriba” en el suelo,
- y este demonio de moro
- que tenía que llevar cabestro,
- haciéndole la “bragá”
- y revolviéndole el pelo.
- Me “cachi” en Alá, morisca,
- se me pone “to regüerto”.
- Mañana mismo le digo a D. Andrés
- que me firme la licencia,
- que me marcho del ejército.
- Y me quedo con las moras,
- ¿qué se lo afeitan? ¡Es cierto!
- Mas, si atino a la primera
- lo demás va “to pa dentro”.
Principales editores del artículo
- Jlopezcuellar (Discusión |contribuciones) [3]
- Faunaiberica (Discusión |contribuciones) [2]
- Guadalinfo.lucar (Discusión |contribuciones) [2]
- Fátima (Discusión |contribuciones) [2]