María Encarnación Sánchez Pérez
María Encarnación Sánchez Pérez era conocida en Cantoria como la tía Encarnación, la Santa, nace en este municipio en 1840. Dedicó su vida a la fe y a ayudar a los demás. Vivía de la caridad por haber vendido todas sus pertenencias para constribuir a la construcción de la iglesia.
Los más mayores del pueblo conservan recuerdos de esta notable mujer, así como de ciertos hechos considerados milagrosos que llevaron a que se comenzara un proceso de beatificación. No se pudo concluir debido a un incendio en el Archivo Diocesano de Almería. De este modo, casi 100 años después de su fallecimiento, casi se ha perdido la memoria de esta notable mujer, profunda devota de la Virgen del Carmen.
Murió en torno a 1915 y sin certeza de ello, se cree que fue enterrada en el panteón familiar de los Jiménez, a la cual pertenecía Encarnación Giménez, que fuera madre de Cristino María Sánchez Giménez. Si bien actualmente se desconoce el paradero de sus restos.
Su fama de santidad hizo que tras su muerte se imprimiera, a iniciativa del sacerdote de Cantoria, un libro sobre la tía Encarnación.
Testimonios
Cuentan todavía en el pueblo algunas historias relacionadas con las visiones de esta mujer:
Un día paseando, se cruzó con una señora la cual había decidido quitarse la vida. Al verla, le dijo[1]:
- ¿Qué camino llevas, fulanita?
- Voy a darme una vuelta, tía Encarnación.
- ¿Y para que quieres la cuerda que llevas en la cintura? Anda y vuélvete, reconcíliate con tu marido y no tientes al demonio que en tu casa haces falta.
En otra ocasión, una mujer preocupada ante la falta de noticias de un hijo suyo que estaba haciendo el servicio militar, acudió a verla. Encarnación le respondío que preguntaría por él en sus oraciones al Señor. Cuando la señora regresó más tarde, le dijo: No te impacientes, pues está bien, lo he visto que llevaba una toalla alrededor del cuello e iba a bañarse. No te habrá escrito por otra cosa[2]
Una noche, al salir con un candil para iluminar la calle al sacerdote que acudía con monaguillos a llevar el viático a un enfermo, vio que el Señor los seguía. Acompañó entonces al sacerdote hasta la casa, en la calle Álamo. Una vez el sacerdote hubo terminado, preguntó a la esposa del enfermo si su marido tenía pendiente alguna promesa a Jesús. Ella a su vez preguntó a su esposo quién respondio que como no sea que dijimos de pagarle la cristalera de la urna donde está metido en la iglesia?, otra cosa no[3]. Encarnación le comentó que esa sería la razón por la cual había visto a Jesús entrar en la casa con el sacerdote. Impresionados, dispuso el marido que al día siguiente se pagara para poner la cristalera.
Ya se ha dicho que Encarnación vivía de la caridad de sus vecinos. Una vez sorprendió a una señora que le llevó parte de un pollo diciendole al abrir la puerta Hay que ver hija mía cuando has peleado con el demonio para traerme el pollo que tanta falta me estaba haciendo[4], en alusión al largo rato que había estado dudando si llevarle o no la carne.
En su afán por apoyar la construcción de la iglesia, consiguió reunir 40.000 pesetas (246,91 €) entre los vecinos para comprar el órgano de la misma. Infatigable en su labor, cuentan que se dirigió a casa de unas mujeres que se ganaban la vida bordando. Ellas le dijeron que no disponían de efectivo, a lo que Encarnación les respondió podrían conseguirlo si vendían las colchas y sábanas que tenían en un lugar concreto. Ellas, asombradas pues sólo ellas sabían de su existencia, hicieron lo que Encarnación les pedía y donaron el dinero.
También cuentan que esta buena mujer fue tentada por el demonio en varias ocasiones, escuchandose casi siempre ruido de cadenas. Así, un día que estaba preparando un puchero, al volverse para coger algunos ingredientes, oyó un ruido de cadenas y el puchero se derramó. ¡Vas apañao -dijo ella- si piensas que me voy a impacientar por esto y que sepas que del Arroyo me traen una alcuza de aceite así que es perdido todo lo que briegues!
En sus últimos años le asistió una mujer llamada Josefa, la Escolmaolla. Contaba esta señora cómo de noche sonaban cadenas de las almas del infierno que no dejaba a Encarnación descansar.
A su entierro acudió una gran multitud. Incluso el tren del Correo, al pasar se detuvo para que bajaran sus pasajeros, como movidos por una extraña fuerza. De ello da testimonio María Rubí Galera, contado por su madre.
Referencias
- ↑ Biografía de María Encarnación
- ↑ Idem.
- ↑ Idem
- ↑ Idem
Principales editores del artículo
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