Minas de la Solana (Almócita)

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En el termino municipal de Almócita, se encuentra el Cerro del Capitán, con una altitud de 1400 metros aproximadamente, desde su punto mas alto se divisa toda su jurisdicción de norte a sur de este a oeste.

El Cerro del Capitán es el centro de separación del Río Andarax y el Barranco del Bosque, su extensión es de 2 kilómetros y termina en La Solana, límite con Fondón.

Una anécdota de este curioso enclave geográfico, fue el hecho de que cuando quisieron empezar la explotación de las minas, tuvieron sus más y sus menos por los linderos, mientras el Ayuntamiento de Fondón reclamaba la pertenencia y propiedad de algunos de los pozos, el de Almócita hacía lo propio, inclinándose posteriormente la balanza y por tanto la soberanía sobre dicho territorio del lado almociteño.

El Cerro del Capitán encierra en sus entrañas una gran riqueza en plomo y otros minerales, que aún hoy no han sido extraídos: como platino y cuarzo estos en menor cantidad, pero existen. Esto quedó demostrado cuando en el año 1968 una empresa se llevó y analizó los residuos de los lavaderos de la Solana encontrando en los mismos diferentes clases de partículas.

Según se puede verificar y al hilo del texto que nos ocupa, las minas han sido en tres ocasiones explotadas.

La historia comienza en el siglo XVIII, momento en que la explotación se convirtió en una fuente de ingresos muy notable para el pueblo. Fueron muchos años de excavaciones, con los medios de la época el trabajo fue lento y difícil, poner en marcha y trabajar en dichas minas, supuso mucho esfuerzo a base de pico y pala. Cuando alguna cantera se resistía, se metían barrenos, con un puntero y un marro le introducían pólvora y una mecha, que era, por así decirlo, el máximo adelanto del que se disponía.

Perforaban el pozo hasta encontrar el filón y así comenzaban la mina. Para bajar a los pozos ponían un trípode en la boca y con una garrucha, una soga y una espuerta bajaban los mineros, además, mediante esta instalación subían el escombro para separar después el plomo. Lo transportaban sin lavar, en “recuas” de burros y mulos, empaquetado en sacos hasta el puerto mas cercano como Adra o Almería. Para aprovechar el viaje, había hombres que llevaban cinco y seis animales, esos eran los arrieros, tardaban días en regresar eran caminos malos hasta para los animales pero regresaban contentos, si todo había ido bien, a cargar de nuevo.

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A cada pozo le pusieron un nombre, según su riqueza, nivel de dificultad, esfuerzo o peligro que entrañase su explotación. Uno de ellos fue nombrado como La Perla, según cuentan, junto con otro pozo denominado “La Abundancia”, fueron los más productivos, eran canteras limpias e interminables. “La Dificultad” y “Las Cabras”, “San Miguel” eran otras pozos importantes. El “No te Asomes”, por peligroso; “El Impulso” es otro y así con todos los demás. Los mineros trabajaban de sol a sol, ganaban 4 reales al día, el barrenero y los encargados 6 reales, es decir, 30 o 45 ptas al mes. Fueron muchos años de trabajo en esas condiciones, la vida transcurría demasiado despacio , la mayoría no sabían leer ni escribir, solo trabajar. Los medios y la visión empresarial de la época, delimitaron el periodo de explotación de esta primera etapa, cuyos rasgos distintivos serían: la laboriosidad y técnicas de trabajo rudimentarias. Fue la que más empleo generó, pero también en peores condiciones laborales, podría considerarse como “el tamiz más grande”, que significaría una menor optimización de los factores productivos y que dejaría paso a los posterires periodos de explotación mas ajustada y mejorada industrialmente.

En el 1950 reanudaron los trabajos del Cerro del Capitán,en el paraje llamado la Solana. Para estas fechas ya existían camiones, tractores y algunos adelantos más, como la energía eléctrica. Esta segunda etapa de explotación implicó grandes necesidades de infraestructuras, empezaron por hacer carreteras, la más importante, desde la general de Fondón en el Paraje del Viso que es donde termina el Cerro del Capitán, rodeándolo hasta llegar a la Solana, mediante este trazado de 1 km de extensión, evitaron cruzar el barranco que representaba una mayor dificultad.

Las instalaciones se dilataron bastante en el tiempo, no era nada fácil llevar el agua, la luz y otras muchas cosas que el Ayuntamiento les exigía, como por ejemplo: un lugar para almacenar los residuos que suponían un peligro para las personas, flora y fauna. Para cumplir con este requisito, construyeron un depósito de grandes dimensiones, es decir, como un pozo negro, pero de hormigón. Con el agua también tuvieron problemas, querían subirla del banzao del Río Andarax, ya que la Solana se encuentra justo encima de ese punto del río a unos 500 m, pero no llegaron a entenderse con el alcalde en funciones del momento, negociaron con Fondón y concretaron un acuerdo para trasvasar el agua desde el pozo “La Granaina”, que se encuentra en el puente el Vaho. Construyeron una instalación campo a través, utilizando para ello unos tubos y un motor que hacía llegar el agua hasta la balsa. Esta era redonda y estaba levantada sobre la superficie, 3 m de altitud la separaban del ras del suelo y su importancia residía en su función para abastecer los lavaderos.

Edificaron viviendas para jefes y algunos empleados, entre los beneficiaros se incluían: ingenieros, capataces y facultativos. Los obreros solían desplazarse caminando desde su residencia hacia el lugar de trabajo y algunos de ellos lo hacían en bicicleta, que en aquellos años era lo máximo a lo que se podía aspirar.

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Cuando terminaron las instalaciones aquello era muy bonito, era un pequeño pueblo en lo alto de una montaña con vistas al río, a los llanos y las sierras que desde allí se divisan.

Fue por el año 1954/1955 cuando se puso en marcha el funcionamiento de la extracción del plomo. El proceso comenzaba cargando los escombros amontonados en los vaciaderos, mediante palas, los camiones eran cargados uno tras otro y en las escombreras más grandes pusieron una de mayor tamaño, denominada por lo obreros como “el tigre”, era parecida a las actuales pero su fuerza de tracción procedía unas veces de los animales y en su defecto de los propios obreros. Los camiones descargaban en una torba y con el esfuerzo de los peones el escombro era trasladado a una cinta transportadora, que vaciaba en un lavadero donde comenzaba el lavado, de ese lugar pasaba a otro en el que se purificaba más y después a otro donde con ayuda de unos ácidos, que hacían que el plomo hirviera, salía como una espuma gris, siendo separado el plomo del resto de residuos. Estos eran transportados al pozo negro y el plomo, era llevado a un secadero, para prepararlo de cara a su próxima fundición en la región de Cartagena. Fueron años de mucha abundancia, los peones ganaban sobre 25 ptas diarias y había mucho personal, debido a que la mano de obra necesaria era prácticamente manual. A lo largo del periodo de explotación, se sucedieron anécdotas y algún que otro accidente, como por ejemplo el que sufrió un trabajador cuando cayó a la cinta situada sobre las torbas, sin que ningún compañero reparara en el suceso, que acabaría con la muerte de dicho obrero. En otra ocasión, el depósito de los residuos reventó, y toda aquella “lava contaminante” que contenía, fue a parar al río, viéndose afectados los animales de dicho hábitat. Estas son sólo algunas de las pinceladas que ayudan a describir y por lo tanto a imaginar, como transcurría el día a día en un lugar tan emblemático para el pueblo de Almócita. Esta “segunda etapa o ciclo de explotación” pudo darse por concluida en el momento en que se dieron por finalizados los trabajos allá por el año 1962.

En el 1968 otra empresa volvió a transportar todos los residuos que habían quedado en los lavaderos a otras minas que en ese momento funcionaban a máximo rendimiento, las anteriores instalaciones ubicadas en las minas de la Solana habían quedado como una simple ruina histórica de lo que un tiempo fue una gran explotación minera. Teniendo en cuenta las escasez de los años posteriores a la plena actividad de las minas, no fue extraño ver como poco a poco estas estructuras residuales fueron desapareciendo para cubrir ciertas necesidades de material por parte de muchos vecinos, es decir, las puertas, la madera, vigas de acero y otros elementos muy valiosos en el contexto de la época, fueron recicladas y reutilizadas por los vecinos de Almócita y los pueblos colindantes.

Los excedentes de material que en una época anterior fueron considerados como simples desechos que carecían de valor, en este nuevo periodo y con los adelantos asociados a la época pudieron ser exprimidos nuevamente. Había más adelantos para analizar los minerales y fue cuando vieron que en aquellos residuos de plomo había partículas de platino. Estos escombros se los llevaban a las minas de Martos y otros a las de Laujar, pueblo de destino en el que muchos trabajadores acabarían por establecer su residencia, en vista de la distancia y la falta de medios para llegar a su puesto de trabajo.

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Y es así, con esta tercera etapa como se pudo dar por concluida la explotación en todas sus dimensiones. Mucha es la historia que se puede transmitir de este lugar, pero sin duda, nos quedaríamos cortos, esta pequeña descripción trata de condensar un espacio temporal de casi dos siglos, con el ánimo de dar a conocer a las nuevas generaciones un fragmento de la historia de su pueblo. Un gran número de vivencias, historias y anécdotas habrán quedado en el tintero, pero es reconfortante saber que parte de la sabiduría y de la tradición que albergan algunos de nuestros mayores, quede reflejada para la posteridad y sea accesible a quien quiera hacer uso de su conocimiento.

En la actualidad se pueden contemplar los restos de una época muy diferente a la actual, ajenos al tiempo, ahí permanecen, es imposible borrar las huellas que dejaron nuestros antepasados que son tantas minas y pozos que con gran esfuerzo y sudor, hicieron y que a lo lejos se pueden divisar. Seguro que durarán para siempre.

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