Topónimo de Cantoria

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El topónimo Cantoria ¿Qué significado tiene?

La palabra topónimo es un término de origen griego compuesto de las voces: Topos “Lugar” y onoma “Nombre”, es decir, “nombre del lugar”. Es palabra reciente, acaso no anterior al siglo XX. Su estudio es parte de la onomatología o estudio de los nombres propios y es disciplina rigurosa que tiene que ver no ya con la Historia, sino también con la evolución lingüística.

La toponimia es una huella lingüística del pasado que marca y preside en el espectro la filiación cambiante de los hablantes, y queda como testimonio mudo y perenne de los nombres de los pueblos, de los montes, de los valles, ríos, etc… En este sentido, la toponimia española es ibérica, fenicia, griega, celta, romana, visigoda, bereber y árabe (Pancracio Celdrán, Diccionario de topónimo españoles y sus gentilicios).

Los nombres de los lugares han llegado a consolidarse de la misma manera que se consolida el significado de una palabra: por el uso y el consenso de los habitantes, ya que los topónimos describen una realidad geográfica. Escribe Galdamés de Fuentes, que desde tiempos muy antiguos, cuya duración es mayor que la de la lengua en que se nombró. Esta perdurabilidad, incluso cuando la lengua utilizada ha desaparecido ya hace siglos, hace que los topónimos se tornen opacos y ofrecen resistencia a su interpretación.

En toponímia-según García Ramos- todo el mundo se atreve a opinar. Muchos escudos municipales ostentan etimologías disparatadas porque nunca falta un erudito local que defienda a capa y espada su opinión como si fuera artículo de fe, sin darse cuenta de que, muchas veces, es la voz viva del pueblo la que conserva la más pura y recta pronunciación del topónimo, en contradicción con la grafía oficial, que solo sirve en muchos casos para hacer más difícil la investigación. (Toponimia del Valle Medio del Almanzora).

Alberto Porlan, en el prólogo de su libro Los nombres de Europa escribe que cuando alguien pregunta el porqué del nombre de un lugar está buscando una explicación de orden absoluto. Da por hecho que existió un motivo concreto para que aquello se llamara como se llama porque no concibe otra razón nombrándola diferente a la semántica.

No es diferente la actitud con la que se aproximan al tema los especialistas, pues el historiador de la lengua sabe que estos nombres tienen una significación exactamente igual que los demás nombres específicos. Uno se han descolorido históricamente o han resultado completamente imperceptibles y otros, están vivos y florecientes, pues el historiador de lenguas supone que quienes impusieron dichos nombres, hoy “descoloridos”, buscaban significar determinadas características del lugar, pero desde luego no lo sabe, no tiene constancia de aquello, da por sentado que hubo algo concreto que motivó el nombre, y a pesar de ello, busca un explicación absoluta. Siempre se ha dado por supuesto que los topónimos fueron surgiendo a lo largo de los siglos como consecuencia de diversas e imprescindibles pero, en todo caso, significadoras características físicas particulares del terreno; herencia del nombre de sus fundadores, ocupantes, propietarios o conquistadores; piadosas adscripciones a los apelativos de las divinidades que estos veneraban, etc. Luego aquellos viejos nombres quedaron sujetos a las leyes de la evolución fonética y se fueron modificando hasa llegar a su consolidación actual.

En pocas actividades se ha desarrollado tanto la imaginación inapropiada como en responder a prurito que ocasiona la ignorancia de los nombres de lugar y, en consecuencia, las razones que se aducen para explicar los topónimos son generalmente puros deslates. A menudo no se trata ya del efecto de una deformación fonética que altera ligeramente el nombre para hacerlo significante, sino de que sobre un nombre previamente modificado se entretejen historias más o menos simples, absurdas o fabulosas que calman el “horro vacui” o la falta de significado.

En el siglo XVII, por Real Orden de Felipe II se llevó a cabo un considerable esfuerzo burocrático de catalogación y descripción de municipios del reino de España. Se redactó un amplio dossier que debían de responder en cada lugar un junta de ciudadanos competentes y, para ello, se expidieron copias a todas las ciudades, villas y lugares. El documento empezaba de la siguiente manera: “primeramente se declare y diga el nombre del pueblo cuya relación se hiciere, como se llama al presten, y porque se llama ansí, y si se ha llamado de otra manera antes de ahora, y también porque se llama ANSI, si se supiese” En esta encuesta sorprende la mayoría (unas dos terceras partes) declarara secillamente que ignora por completo el origen del nmbre del pueblo. De las explicaciones que aporte el tercio restante, hay que descartar otras dos terceras partes que son absurdas, incomprensibles, del todo inverosímiles, imposibles desde el punto de vista histórico, incoherente o contradictorio. También, en su mayor parte, las eruditas que proponen etimologías a través del hebreo, el árabe, el griego o el latín en las que se mezclan a menudo viejos nombres íberos sacados de las tablas de Ptolomeo. Pero estas contestaciones no son precisamente las menos fabulosas, aunque tal vez si las más poéticas.

Tras un primer escrutinio, sólo un diez por ciento de las contestaciones a la encuesta real presenta visos de verosimilitud y profundizando un poco más aún, hay que descartar de ese diez por ciento aquellas que son irrelevantes porque en realidas no explican el origen del nombre, sino que se contentan con achacarlo a un visitante ocasional que suele ser un rey, una reina, un príncipe, un santo, un héroe; así como las que afirman que el nombre de su lugar procede de que tienen algún accidente próximo al pueblo (un río, un monte, un valle, etc) pero sin decir una palabra sobre el significado de ese nombre preexistente. Otra parte de las contestaciones se apoyan en elementos naturales, vulgares, ya sean estos animales, vegetales o minerales. (Los nombres de Europa, pag 27 y 28).

Se desconoce que contestó la Junta de Ciudadanos de Cantoria a esta encuesta real.

Cantoria

Desde el punto de vista etimológico, no todos los topónimos tienen el mismo valor, pues se dividen en topónimos mayores y menores, pero la voz Cantoria se puede catalogar como topónimo mayor por ser el nombre de la capitalidad del municipio, muy superior de los demas del término municipal y sobre todo por su antigüedad, ya que como demostraré es de época prerromana.

Según Tapia, a algunos cronistas y escribanos de la corte de los Reyes Católicos les costó trabajo entender la palabra Cantoria y la escribieron: Valera como Cancorya, Palencia por Cancomia; la Bula de 1505 y la Farda de 1514; como Cantoya; Pulgar, Bernardez, Mármol, Pérez de Hita, Cuacos y los documentos de Simancas, dan la versión que ha prevalecido: Cantoria. El Udrí la menciona como terminar del camino que venía de Lorca, cabeza del Iqlim o distrito mas occidental de la cora de Tucmir, De Lorca al castillo de Catturiya treinta millas. Los árabes pronunciaban Canturia.

En primer lugar, me referiré a reseñar loq eu otros han opinado y escrito sobre el topónimo de cantoria, la mayoría con muy poco acierto, según mi modesta opinión. En segundo lugar, expondré de forma amplia, el estudio realizado sobre los dos elementos que componen la voz Cantoria: Cant y Oria u Uria.

Y por último, en tercer lugar, la denominación de que la voz Cantoria es un teónimo, o sea, el nombre de una divinidad.

Empecé a interesarme por el significado de la voz Cantoria en 1941, durante mi primera, por cierto, y corta estancia en este pueblo. Un día pregunté a un cantoriano, ya fallecido, que significaba el nombre del pueblo. Este me contestó sencilla y llanamente: pueblo de cantores. Supongo que había leído el Diccionario Espasa Calpe, que hay en el Ayuntamiento, pues este había sido funcionario del mismo, que decía: Cantoria. F. ant. Canturía (ejercicio de cantar.-Ant. Canto de música).

En 1968, quiero recordar, hubo en Radio Nacional de España, un espacio radiofónico sobre topónimos, lo dirigía el profesor don Manuel Criado del Val y a él dirigí un atenta carta interesándome por el significado de la palabra Cantoria. No recibí contestación, posiblemente porque la dirección la tomé de una vieja guía telefónica y no vivía en aquel domicilio.

En mayo del año 1966 acompañé al Alcalde y a un concejal a Madrid a resolver unos asuntos referente al Instituto de Enseñanza Media, entonces Sección Delegada, y a la vez entrevistarnos con el Director General del Patronato de Colegios Menores, don Isidoro Martín, que había sido profesor de Derecho Romano en la Universidad de Murica y a la ver Decano de la Facultad de Derecho, para ofrecerle al Patronato unos solares ubicados cerca del Centro Docente, para que en ellos se construyeran los colegios menores, uno para niños y otro para niñas.

No encontramos allí a mi antiguo profesor y nos recibió el secretario del Patronato. Esto nos preguntó el nombre del pueblo del que veníamos y al decírselo nos hizo la siguiente pregunta ¿Saben el significado de Cantoria? Y al decirle que no, como era lógico, ya que ignorábamos su significado, nos dijo significa tierra de castillos. Pero estaba equivocado.

La zona comprendía desde el Valle del Ebro a la Meseta, región celtíbera, algunas inscripciones de época romana consistían un una C invertida ( ) que indicaban la existencia de una centuria y esta equivalía a campamento, y por extensión a castillo, por lo que pudo creer que la palabra Cantoria era una corrupción árabe de la voz centuria, pasando de centuria a canturia y de esta a Cantoria.

J. Mª Pabón en su obra Sobre los nombres de la villa romana en Andalucía, cree que los topónimos Cantoria y Oria pueden ser prerromanos (y no le falta razón) y están relacionados entre sí, interpretando la primera, es decir Cantoria, como cascajal de Oria por la significación del elemento Cant, mejor dicho Canto, como Cascajal, lecho de corriente de un río y a este río le da el nombre de Oria. Pero añade que Cantoria recuerda un Gens Cantoria. Pues en la zona de la Meseta al Atlántico, también las inscripciones romanas alude frecuentemente a una forma de organización de tipo suprafamiliar con los términos latinos “Gens” o “Gentilidades”, traducibles por conjunto de familias con un origen común o mediante el uso de genitivos de pertenencia (terminados en –um u orum) y que los especialistas como Gentilidades, organizaciones suprafamiliares, unidades organizativas indígenas u otras expresiones que, por su propia multiplicación y antigüedad de sus significados, son evidencia de la dificultad de determinar su verdadero significado.

Florián del Campo llamaba a este pueblo Cataoria, más debajo de Oria, basándose en la voz griega “cata” más abajo.

Para García Ramos no está muy claro el origen del topónimo Cantoria. Y pensamos- dice- en primer lugar en el topónimo paralelo de Fontoria u Hontoria, registrados por Menéndez Pidal (Orígenes, 41-8 b y 41-9-a) procedentes ambos de Fons aurea, fuente de oro. Para ello sería necesario encontrar un nombre latino femenino de la primera declinación o un neutro plural de la segunda. Que admitiese el adjetivo aurea y cuya forma debería ser canta. Ante la imposibilidad de encontrar esta voz latina, nos inclinamos por una posible procedencia árabe. (Toponimia del Valle Medio del Almanzora”).

En un programa de las fiestas de agosto, de hace varios años, se decía que había que acabar de una vez y para siempre, de la opinión, o mejor dicho, de la afirmación de que la voz Cantoria significaba tierra de cantores, y exponía con gran rotundidad que el topónimo se derivaba de la voz argantaria, tierra o lugar de plata. Uno de los autores, comentó que en el término municipal existió una vieja mina de ploma y que detrás del plomo aparece la plata.

“También se nota –escribe Simonet- en los pueblos actuales o ya desaparecidos de estas comarcas, nombre de sabor y origen celtibérico y fenicio, como…… y así….. Vera, Cantoria….” (Descripción del reino de Granada, sacada de los autores arábigos).

Una de estas comarcas a que se refiere Simonet es la del Rio Almanzora y reduce el origen del Topónimo Cantoria a dos pueblos: el celtíbero y el fenicio.

Estos antiguos nombres de lugar, como son Oria, Cantoria, Tíjola, Serón y Vera (este un poco menos) han resistido a los conquistadores romanos, visigodos y hasta arábigos, incluso en las zonas más arabizadas. Los topónimos, generalmente latinos, incluso más antiguos, como es el caso de Cantoria, llevan un barniz o adaptación fonética de la lengua de cada nuevo conquistador, pues los árabes la pronunciaban Canturia. Hay que reconocer que el elemento prerromano o prehistórico en las toponimias ha sido minimizado o dejado a un lado en muchos estudios de este tipo, cuando de hecho constituye el armazón básico de toda la estructura toponímica. Posiblemente su conservación hasta la actualidad de deba, como dice Menéndez Pidal a que “Desde el siglo VIII o XIX hasta el XV la lengua árabe no fue nunca la única habada en el Al-Andalus, pues muchos elementos de su población hablaban dialectos romances impregnados de ibérico y de árabe, pero derivados del latín.

El topónimo Cantoria es un nombre de dos elementos: Cant y Oria o Uria. Su primer elemento Cant, se deriva de la voz indoeuropea KAND; “brillar”, que pasó al galés de la forma CANN, “blanco” y al bretón antiguo como CANT, “cano”, es decir “blanco” (diccionario Etimológico de la Lengua Española, del que son autores Edgard A. Roberts y Bárbara Pastor).

Se puede decir que el adjetivo o epíteto Cant (Canto o Canta) es celta y tiene la significación de “blanco”, “brillante”, “luminoso” y entra a formar parte de muchos nombres sobre todo extranjeros, pero casi siempre acompañante de nombres de divinidades.

Para Joaquín Caridad Arias, los topónimos compuestos de dos elementos, pueden interpretarse como nombres teonímicos o como adjetivos o epítetos referente a una divinidad, con algunos valores señalados como “blanca”, “la virgen” (con minúscula), “la elevada”, etc. El mismo autor señala que elemento Cant denuncia su filiación prerromana, mas propiamente celta y es el conocido adjetivo o epíteto Cand, “brillante”, “blancura desbordante”, típico acompañante de nombre de divinidades solares o lunares, y mas concretamente de la Diosa Madre (toponimia y el Mito. Origen de los nombres).

El pueblo celta era, con mucha diferencia, uno de los pueblos más religiosos de la antigüedad conocida, si exceptuamos al pueblo egipcio de la primera dinastía. Los celtas, como pueblo conquistador, cuando se establecía en un lugar le ponían el nombre de una divinidad. Algo parecido alo que hicieron los españoles en América después del descubrimiento que erigían los templos bajo la advocación de un santo de una virgen y este o esta daba nombre al pueblo, de ahí los diversos nombres de santos o vírgenes que existen en el Nuevo Mundo como San Antonio, San Francisco, Los Ángeles (Nuestra Señora de los Ángeles), Buenos Aires (Nuestra Señora del Buen Aire), etc.

En España tenemos los nombres celtas siguientes:

Cazobre (Coruña) y se deriva en Canthio y Bera, “la blanca Bera”, una diosa. Candabade (Lugo), es en realidad el nombre celta de Cantabato, “el blanco Bato”, dios celta. Cantabria, cuyo verdadero nombre era Cantauria, el más parecido a Cantoria y de el hablaré mas adelante. En Francia, la antigua Galia, y desde la cual vinieron a España los celtas, existieron, entre otros, los siguientes nombres: Chandeloup, “el blanco lobo”. Cantisa y Cantosoma, superlativo (hoy Chantome). Es el típico superlativo celta, como la “mas brillante” y se refiere a la diosa. Cantobenum, “la blanca Venus”, se refiere a la ciudad de Arvenos. Cantosena, compuesto del épite celta “la blanca” y el nombre de la diosa Sena, “la vieja”. En Inglaterra: Otra Kantia fue la actual Kent y del mismo origen son: Canterbury, la antigua Cantuaria romana. Cambridge, es la antigua Cantabrigium, cuyo nombre equivale a la “Deslumbrante o brillante Brigia o Brig, que era una divinidad solar.

De la voz indoeuropea KAND, “brillar”, se deriva la voz latina candeo “brillar por su blancura”, “estar brillante por el calor”, “arder”. De candeo se derivan ciertas voces españolas como son: candeal, antiguamente candian, “pan blanco”; candente, que blanquea a fuerza de estar caliente o arder; candela, “cirio, antorcha; candidato, propiamente “vestido de blanco”, se refiere a que antiguamente vestían con toga blanca en su candidatura electoral; Candido, “sencillo”; candil, del árabe gandil, “lampara”; Candor, “blancura”, “esplendor”, etc; la cándida es un epíteto clásico de la luna y así la menciona Virgilio. El segundo elemento del topónimo Cantoria es Oria o Uria pues así la llamaron los árabes y a nuestro pueblo Canturia.

Al nombre de nuestra vecina villa de la sierra de las estancias, lo deriva Pancracio Celdrán, siguiendo a otros toponomistas, del “antroponimo latino Aurius; villa Auria, fundus o propiedad de Aurius, durante la romanización”. El nombre de Oria, señala García Ramos, es muy interesante y se presta a varias interpretaciones. Podría pensarse en primer lugar en un adjetivo latino a partir de “aurea”. En este caso no sería descabellado pensar en la posible explotación de un yacimiento aurífero durante la época romana. Fonéticamente, el cambio es perfectamente explicable; no olvidemos que la Santa Oria de Gonzalo de Bermeo, es Santa Aurea de la Letanías. Pudo basarse García Ramos en el topónimo Hontoria, traducido como “Fuente Aurea”, o sea, Fuente dorada, apelativo, que según algunos podían aludir a la limonita que contienen sus aguas, que le dan un color dorado. A pesar de todo-sigue García Ramos- nos inclinamos por un origen prerromano, lo que daría a Oria una mayor antigüedad.

Pascual Madoz indica a este respecto: “Oria o Uria para los eruditos, interpretase de los idiomas primitivos, significa población y así lo acredita la constante aplicación que de el se hace”. El informador de Madoz confundió la voz Oria con Orio. Este procede de la voz ibérica y vasca “uri”, que significa “Ciudad pueblo”. Lo que si puede afirmarse el nombre del vecino pueblo de la Sierra de las Estancias y el segundo elemento del topónimo Cantoria, tienen el mismo significado, proceden de la misma lengua, fueron dados por el mismo pueblo prerromano a ambos términos sufrieron las mismas modificaciones a través de los siglos. Strabon cita a Oria como la capital de los antiguos oretanos, pero se puede identificarla como la Oria de Almería, aunque los oretanos se extendieron a esta zona del Suroeste y fueron los que fundaron y dieron el nombre a Oria y Cantoria.

García y Bellido afirma que la antigua Oreto, que es como llamaron los romanos a Oria (Capital de los oretanos), estaba en la actual provincia de Ciudad Real, cerca de la villa de Granatula, hoy llamada Granatula de Calatrava y desde esta se ven las ruinas romanas y prerromanas de la antigua Oria. Para Ptolomeo, esta Oria era una de las ciudades más importantes junto con Castulo de la antigua Oretanía. Idéntica afirmación hizo Strabon, cuando escribió que Oria, junto con Castulo fue el núcleo más importante de Oretanía. Pero Castulo lo fúa por su estratégica ubicación en el paso entre la Meseta y el Valle del Guadalquivir, a través de Sierra Morena y por las riquezas de sus minas, hasta el punto que perteneció a la Provincia Hispánica Ulterior hasta la época de Augusto, quien determinó la adcripción del destrito minero de Castulo a la Provincia Hispánica Citerior para ejercer un mayor control de las minas.

Oria es un río de las vascongadas que nace en la Peña Horadada (Guipúzcoa) , baña a Cegama, Segura, Aliaga Valdivia, Alegría, Tolosa, Andoain, Lasarte y Orio, donde se convierte o transforma en ria y desemboca en el Cantábrico a 3 km de Zarauz.

Oria fue una ciudad italiana, en la provincia de Lecceo, circunscripción de Brindis o Brindisi. Fue fundada por Idomeneo en 1.200 antes de Cristo con el nombre de Hyria. Es sede episcopal. Respecto a Soria, ciertos autores aseguran que se llama Soria por la ermita de Santa Oria, pero otros -y esto es lo más interesante- aluden a un pasado celtíbero de este lugar, la ciudad de Oria o Uria y hay quien escribe de forma tajante, que “la ciudad del Duero, Soria, fue inicialmente llamada Oria o Uria por los celtíberos y aparece ya bajo los romanos con el nombre de Soria.

Oramendi es un monte de las Vascongadas, cuyo nombre en vascuence significa “montaña de Oria”. Aquí la voz Oria es una variante de Aurea, nombre de una reina de Pamplona del siglo IX. El nombre es muy conocido como consecuencia del himno o marcha llamada Oramendi: en 1.837, las tropas carlistas alcanzaron allí una señalada victoria contra los cristinos. En la huida de estos, cayó en manos de las tropas vencedoras el himno o marcha compuesto por Santesteban destinado a celebrar la entrada que los cristino esperaban hacer en Hernai los carlistas lo adoptaron como propio, llamándole “Marcha de Oramendi”. El éxito de la batalla, animó al pretendiente al trono, llamado “Carlos V” a emprender por Arganda la llamada Expedición Real. Urium (tiene la raíz de Uria o Oria) el nombre de un río, el actual Odiel, que con el antiguo Iberus (actual Riotinto) confluyen en el lugar en que se asegura se encontraba la cuna dela cultura tartesica. Ptolomeo no sólo cita este río, sino también una ciudad con este nombre entre las ciudades turdetanas, junto al Riotinto. Plinio menciona el oppidum de Onuba, cognomizado Aestuari, en la confluencia de los ríos Luxis (actual Tinto) y el Urium. Hubo quien confundió el río Tinto, llamado así por el color peculiar que presentaba su cauce fluvial a causa del sulfato férrico que llevan sus aguas con el Urium. En 1556 el clérigo Diego Delgado describía al rey Felipe II el río Tinto y le decía así: “…es el Urium de los romanos, el aceche de los baladíes, el tremendo río de las lagunas, de cuyos linfanos se logra ningún genero de pescado ni otros seres vivos, ni la gente la bebe (linfa, poéticamente es agua) ni (los) animales, ni se sirven de ella los pueblos para cosa alguna…”.

José María Albaiges señala que la voz Oria aparece relacionada con la raíz ibérica UR, “agua”, muy frecuente esta raíz en ríos. También en vasco la voz UR tiene el mismo significado de agua y la voz URA se considera una variación de UR.

De UR se derivan las siguientes voces: Urces (ibérica) y Uraza (vasca), “lugar de agua”; Urdun (ibérica y vasca), “acuoso, de agua Urar (tartesicos), Uar y Usar (vasca), “torrente, agua turbia, tormenta”; Uarsa (tartesica), Uharxka (vasca), “torrente pequeño de agua”. La palabra bereber Uurir, nombre de dos oasis, corresponde a la voz ibérica y vasca Uria, nombre de diversas aldeas del Norte de España y de una población en los Pirineos; Uar en bereber es el nombre de una montaña Libia, sin duda, recibe su nombre por el abundante manantial de agua que brota de uno de sus costados.

El íbero, el tartesio e incluso el bereber, sostienen los convencidos de vascoiberismo, como Alonso García, que hunden sus raíces en el habla de los hamitas (blancos), que habitaron la parte Sur del Mediterráneo hasta la desecación del Sáhara milenios atrás, una de las regiones mas fértiles de la tierra.

En el País Vasco se habla todavía íbero. En Andalucía hay 60 ciudades o pueblos que se creían que eran de origen vasco –quizás fuese uno de ellos Oria-, cuando en realidad son de origen íbero, ya que este pueblo se extendió desde Lisboa hasta la desembocadura del Rodano, en Francia. Los romanos obligaron a los pobladores de la península Ibérica a expresarse en Latín, con la sola excepción de los que habitaban en los Pirineos y en las Vascongadas, en donde sobrevivió el ibérico como lengua “usca” y se fue transmitiendo de padres a hijos. Esta arcaica lengua ha sobrevivido dos mil años, pese a los conquistadores romanos, que al son imperial de “todos los caminos conducen a Roma”, no pudieron hacer desaparecer de la faz peninsular esta lengua. Para E. Prescott, el sistema de escritura ibérico es semisilábico y para el profesor Tovar, “desde que Gómez Moreno ha descifrado la escritura ibérica, esta ha sido reconocida como una escritura que acopla de una manera original el sistema silábico, en uso más de mil años antes y el sistema original el sistema silábico, en uso más de mil años antes y el sistema alfabético desarrollado por los fenicios y por los griegos”. El alfabeto confeccionado por el presidente de la Academia de Historia don Manuel Gómez Moreno, ya fallecido, en el que se transcribían los signos ibérico-tartesico a signos latinos, fue el primer peldaño para la resolución del enigma.. En los trabajos de Jorge Alonso, se encuentran una base sólida para afirmar que el euskera o lengua vasca de hace dos mil años y el lenguaje de los íberos eran tan parecidos que podían considerarse un mismo idioma. De los vascos no ha quedado la palabra, de los íberos sólo los escritos en piedra, barro y metales. La mezcla de ambos nos da la clave para la traducción de estos signos de la escritura ibérica. La Orden Ministerial de febrero de 1.951, por la que se creaba en la Universidad de Salamanca la Cátedra “Manuel de Larramendi” para el estudio del vascuence, en su parte explosiva, afirmaba que “constituye la lengua vasca una de las más venerables antigüedades hispánicas que nos permite reconstruir lo que fue el antiguo occidente prelatino y preindoeuropeo”, pues en el se halla en estado puro un componente abundante en los topónimos vascos Ur, “agua”, nombre de la divinidad.

EL AGUA

En todos los pueblos de la antigüedad, los ríos participaron de los honores divinos. Era tal el respeto que le tributaban los persas que, no sólo consideraban un crimen cometer indecencias con ella, sino que habían prohibido lavarse las manos en sus aguas, y le ofrecían sacrificios. Según Herodoto, llegaba la creencia a tal extremo de no atreverse a escupir en el agua, bañarse, lavarse las manos, ni echar la menor porción de porquería, ni servirse de ella tampoco para apagar el fuego. Los sacerdotes egipcios sostenían que todas las cisas provenían del agua, y en ciertos días del año llevaban una tinaja de agua del Nilo al templo con mucha ceremonia. Luego la cubrían con un velo, se postraban delante de ella y elevadas las manosal cielo, daban gracias a la divinidad por el feliz hallazgo de una substancia tan útil. Los griegos y romanos fueron demasiado supersticiosos también para no adoptar su culto; así es que se veían tantas estatuas en ríos, fuente, etc. El respeto con que consideraban al agua los romanos, se atribuye la costumbre de jurar a los dioses en la laguna de Estigia, el juramento más solemne entre ellos. Después del fuego, el agua era el primer elemento que más veneraban los mayas. En algunos puntos de América adoraban también al agua como una divinidad.

La importancia que tiene el agua en el mundo árabe, se halla plenamente demostrada pro sus circunstancias climáticas. El agua es elemento primordial en su Edén o Paraíso…. Es mayor o menor grado en las abluciones como ceremonia purificadora. Interviene como elemento especial y cuyo reflejo se halla en la propia agua bendita del cristianismo. (Diccionario de Mitología Universal. J. F. M. Noé)

A los celtas y a los Oretanos, que eran celtíberos, y por tanto celtas, les gustaba vivir en lugares de alguna forma relacionados con el agua. Pero el agua aparece siempre en relación con la fertilidad y por tanto con la subsistencia. No habrá cosechas si no hay lluvia en cantidad adecuada. ¿Quién encarga de enviar el suficiente líquido?. Los seres sobrenaturales, por supuesto.

Se hace necesario realizar un análisis del sistema religioso que prevaleció en los primeros tiempos de la Humanidad. Toda Europa neolítica poseyó un sistema de ideas religiosas, notablemente homogéneo, basado en la adoración de la Diosa Madre de muchos títulos.

La institución primaria de la tierra como “forma religiosa”, puede reducirse su interpretación como un receptáculo de difusas fuerzas sagradas que el hombre percibía. De ahí, su vinculación cósmica con el mundo que le rodeaba, manifestando en la primitiva creencia de que los hijos pertenecían al lugar de origen. Allí habían vivido en forma prehumana (rocas, montañas, etc.) hasta que un contacto mágico los introducía dentro de sus madres y provocaba su nacimiento. Se está hablando de muchos miles de años y en esta concepción de la vida, la Tierra Madre se fue configurando como la divinidad primordial de la fertilidad. Es importante considerar el papel del agua. Esta cae del cielo por ello se le llama la “Celeste”, se introduce en la tierra y mana de ella, fertilizando los campos. Pero el agua es también un símbolo femenino, así que no debe de extrañar que la responsable última de su poder sea siempre una mujer. El culto a una diosa creadora por encima de todas las demás diosas es muy común entre las diferentes culturas, se llamase Grar Madre. Los Misterios de la preñez y el nacimiento, indispensable para la prosperidad de cualquier pueblo, fascinara a nuestros antepasados. La función reproductora aporta un carácter sagrado a la mujer desde la edad de las cavernas, y su diosa rige numerosos aspectos de la existencia humana desde el nacimiento hasta la muerte, pasando por la fecundidad o la guerra. El descubrimiento de agricultura perfiló cada vez con mayor precisión, los rasgos de una deidad de la vegetación y de la cosecha, que asumió el papel desempeñado por la antigua Diosa Madre Cósmica. La diosa tomó forma de mujer, participó de la sacralizad femenina, encarnada en esta Gran Diosa, y reforzó su papel en la sociedad desde el Neolítico, y asimilada, por tanto el suelo fértil donde se depositaba la semilla, se convirtió en responsable de la abundancia de las cosechas, como conocedora de los “misterios de la vida”. Entre las muchas funciones de la diosa, que en muchas culturas personificadas ñy daba nombre a las fuentes, lagos, ríos y, en general, a todas las aguas, pero también a las alturas y a las fortalezas y como Diosa Madre que era de la fertilidad con función protectora y curativa, y a un tiempo la guerrera majestuosa, defensor de los asentamientos y de sus gentes. Concretamente, su función como madre de las aguas, hizo que una cantidad de hidrónimos lleven, aún hoy, algunos de sus nombres. ¿pudiera ser el significado del teónimo Cantoria, “la blanca o brillante Diosa Madre”?, sólo pregunto. ¿Qué diferencia halló el pueblo oretano en el manantial de agua de Oria con respecto al de Cantoria, para llamar a este último “blanco, brillante”?. Y no fue por el río sino por el agua de la balsa. Joaquín Caridad Arias en su libro “Toponimia y Mito. El origen de los nombres”, bajo el epígrafe BRE dedica a la Diosa Madre ciento cinco páginas, es decir, desde la página 71 a las 175, ambas inclusive. Pero la terminación Bre, es una modificación de la voz ibérica UR, URA, “agua”.

Como explicación al hecho de que tantos dioses y diosas existieran durante tantos siglos, se dice que “al aplicarse el principio de los espíritus puros a la Naturaleza, todas las partes aparecen animadas: los fenómenos naturales son la consecuencia de lo anterior y así fue como se formó el culto a la Naturaleza, el agua, a los ríos, al mar, a los árboles, a los animales, etc. El punto culminante de esta evolución fue la “divinidad especie”, pues no se deifica un objeto (animal, planta, etc.) sino a la totalidad de la especie. En ese momento se llega al punto de partida del politeísmo superior de los pueblos semicivilizados o civilizados, naciendo entonces el dios del cielo, de la lluvia, del trueno, del fuego, del agua, del sol, etc. En otro sentido, se forman divinidades que presiden las diversas fases y funciones de la vida humana: los dioses del nacimiento, de la agricultura, de la guerra, de los muertos, etc. Y en relación con ellos el padre de los dioses, pues no hay nada mas que recordar la cantidad de dioses que tenían los celtas, los romanos y todos los pueblos antiguos. Las interdicciones de los Concilios y el esfuerzo del clero cristiano lucharon en vano contra las tenaces tradiciones, supervivencia de creencias y ritos paganos como eran las innumerables fuentes milagrosas, que eran lugares de peregrinación. El emperador Carlomagno en el año 802, ocho siglos de cristianismo y casi noventa años de la dominación árabe en España, se quejó de que se veneraba todavía a fuentes, ríos, árboles, rocas, etc. Y que se interrogase a brujas y adivinos.

En la España cristiana, desde el medievo hasta nuestros días, se puede detectar la supervivencia de las distintas facetas al culto a María. Escribe Christian W., que a partir del siglo XII, las estatuas a María fueron incorporadas como imágenes de devoción en lugares de la Campiña que tenían significación simbólica para la comunidad agrícola o pastoril como eran, por ejemplo, las fuentes, las cimas de las montañas, los altos de los caminos, las grutas y las cuevas. El culto del as imágenes proveyó de una manera de extender la religión cristiana a los lugares de la campiña que eran considerados a través de creencias precristianas como puntos de contacto con las fuerzas de la naturaleza más allá del control del individuo o de una comunidad rural. “María como imagen de madre, con el niño, fue una figura particularmente apropiada para estos parajes. Era la imagen cristiana que mejor podía simbolizar la fertilidad y la protección maternal” (de los Santos a María. Panorama de las devociones a santuarios españoles desde el principio de la Edad Media hasta nuestros días. En C. Lison. Temas de antropología española. Madrid. Pag 165-166).

Se dice que la teonimia es el inmenso santoral de la Historia, es el cementerio de los viejos dioses. Los nombres de lugares deriva muchas veces de teónimo (teo, “dios” masn nomo “nombre”), representan una gran riqueza de formas y variantes, mediante el empleo de compuestos intercambiables, donde cada elemento funciona unas veces como nombre y otras como adjetivo o epíteto del otro elemento, dentro de cada área determinada, ya es la divinidad solar, el joven dios solar y de la naturaleza, la Diosa Madre, señora de los muertos, etc. La tormenta y el rayo, con la lluvia benéfica que es su consecuencia, el manantial, el río, el agua, eran, desde el punto de vista de los hombres primitivos, lo mismo. Las divinidades correspondientes representaban esas entidades, pero no eran algo de ellas mismas. Esas divinidades eran irrepresentables, excepto simbólicamente (el hacha de piedra, el triangulo invertido, etc.), que son algunos de los signos enigmáticos de lso petroglíficos, etc. La diosa del río, por ejemplo, era el mismo río divinizado, con un nombre de “el agus o río blanco”. El elemento prerromano o prehistórico en las toponímias ha sido, en general, minimizado, o, incluso, dejado un poco de lado en muchos estudios de este tipo y otras veces ignorado, cuando de hecho constituye el armazón básico de toda la estructura toponímica, ya que los antiguos nombres se rigen por parámetros muy distintos de los que conforman el pensamiento actual. En la antigüedad el pensamiento mágico-religioso lo impregnaba todo, y en consecuencia los nombres de lugar no se ajustaban a las líneas de la lógica actual, como denominaciones de carácter descriptivo o identificativo de las formas del terreno y de sus elementos materiales, vegetación, cultivos o sus poseedores en un momento determinado. Para los pueblos de la antigüedad, el nombre de un país, de un lugar, o de un grupo humano era inseparable del de su divinidad epónima o protectora, su numen o tótem con que se identifica cada uno.

La extraordinaria riqueza de nombres de personas y lugares que se basan en nombres de divinidades, puede resultar sorprendentes para muchos por su número y variedad y, por otra parte, muchos nombres de dioses o diosas resultan a menudo un tanto equívoco, ya que sus poderes y funciones eran definidos de nuevo continuadamente, cambiando incluso de sexo, según el pueblo que lo adoptó como patronos o epónimos tuviese estructuras patriarcales o matriarcales, o bien se trata de la divinidad de un pueblo conquistado, sometido, asimilado, etc.

A los pueblos nómadas o seminómadas, conductores de rebaños, se consideraban pueblos patriarcales, con divinidad suprema masculina. Los pueblos sedentarios y agrícolas, o con economía mixta se consideraban rublos con instituciones matriarcales y una Diosa Madre.

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