Historia del poblado salinero de la Almadraba de Monteleva
Contenido
Descripción
El núcleo de población cercano a las Salinas se le denomina La Almadraba de Monteleva, en alusión a este arte de pesca del atún y que se prácticaba antiguamente en la zona.
Esta zona de litoral ha sido habitada desde la Edad Antigua, como lo demuestran los restos arqueológicos encontrados en los alrededores. Se tienen noticias de un almacén de sal que se remonta al siglo XVIII, si bien ya los fenicios y los romanos explotaban sus recursos marineros, tanto del pescado como de la sal.
Historia
El actual barrio de la Almadraba de Monteleva, conocido coloquialmente entre los almerienses como "Las Salinas" de Cabo de Gata, se construyó en el siglo XIX con el fin de proporcionar vivienda a los trabajadores y a sus familias, empleados con carácter permanente en la recolecta de la sal.
En un principio la empresa contrataba a los pescadores y a los habitantes de la zona, que alternaban y complementaban tales actividades con las tareas de pesca, siendo estas últimas su principal fuente de ingresos. Sin embargo, cuando se intensificó la producción de la sal a finales del siglo XIX y principios del XX, se hizo necesaria la contratación de personas que procedían incluso fuera de la provincia. Con el aumento de la mano de obra se plantearon diversos problemas en lo que se refería a las formas de transporte, la pernocta y alimentación de estos trabajadores.
Lo que hasta entonces era un pequeño reducto de pescadores se transformó en un pequeño pueblo. No sólo se constuyeron unas viviendas sociales en donde podían vivir hasta 100 personas, sino que al vivir los obreros con sus familias la legalidad vigente obligó a construir instalaciones para la escolarización y la atención sanitaria de adultos y niños. Se habilitó así una escuela y casi, de forma inmediata, se inició la construcción de un lugar dedicado al culto católico: la hoy emblemática iglesia de Las Salinas, inaugurada en 1907.
Aunque en la parte industrial ya existían locales dedicados al almacenamiento, las oficinas, varaderos y astilleros, la construcción de las viviendas supuso también la ampliación de estas instalaciones.
La guerra civil española supuso el ocaso de la explotación salinera. Algunos trabajadores se marcharon a la guerra y no regresaron. Los hijos de los empleados que permanecieron en las salinas emigraron y dejaron las casas como segunda vivienda a las que volvían durante los meses de vacaciones. Otras siguen ocupadas por los salineros jubilados, a los que les fue cedido el derecho de usufructo durante toda su vida.
La explosión turística en los tiempos de la dictadura apenas repercutió en el barrio, ya que era zona de paso para otros puntos más turísticos de la comarca. Sin embargo, la declaración de Parque Natural puso a este rincón de la costa en el punto de mira de los especuladores urbanísticos. A pesar de la protección para levantar nuevas construcciones en un lugar en el que la riqueza de flora y fauna es incuestionable, se han buscado recursos legales para seguir levantando casas de nueva planta con la consiguiente destrucción del patrimonio natural, cultural y etnológico, con el evidente deterioro de su paisaje ante la irritante pasividad de las distintas Administraciones y la degradación manifiesta de la zona. Son las distintas AAVV y asociaciones ecologístas las que denuncian, la mayoría de las veces sin suerte, todas estas tropelías.
Arquitectura
De una sencillez extrema, las viviendas obreras de las Salinas, situadas al borde de la carretera y del mar, entre la Iglesia y la zona de explotación, son uno de los ejemplos más valiosos de patrimonio doméstico industrial de toda la provincia.
Las nuevas casas se construyeron junto a las salinas, orientadas hacia las instalaciones de la empresa. Siguen el esquema implantado por el arquitecto Trinidad Cuartara Cassinello en la capital (finales del siglo XIX,) para empresas como La Unión Almeriense o las que existieron en la Plaza de Pavía.
Tienen planta rectangular y techumbre plana. La única iluminación exterior que proviene de la puerta de acceso, con ventana junto a ella y ambas situadas en la fachada principal.
Algunas tenían dos ventanas y patio posterior, lo que permitía otra ventana pequeña en el lado opuesto a la vivienda. Las habitaciones se distribuían a través de un pasillo longitudinal, único conducto de luz y ventilación. El conjunto de las viviendas se rodeó de un pequeño muro de menos de un metro de altura para evitar la invasión de la arena.
El desnudo exterior, de una sobriedad impactante, esconde un interior amplio, muy bien acondicionado para soportar las condiciones meteorológicas (fuertes vientos, frío impensable en invierno, calor considerable en verano) con unos estándares de habitabilidad envidiables.
La Iglesia
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