Lucainena, el peñón y su tesoro

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LUCAINENA, EL PEÑÓN Y SU TESORO


Cualquiera que conozca Lucainena de las Torres, sabe que el Peñón levanta su imponente mole sobre el caserío recorta su nítido perfil en el luminoso cielo almeriense, mientras le proporciona sombra o le resguarda del sol –depende de la estación-, es el elemento más característico de dicho municipio. Un hermoso y pequeño pueblo exponente de la arquitectura popular almeriense que aun conserva restos de su importante pasado minero, consecuencia de sus yacimientos de hierro cuya explotación duró desde finales del S. XIX hasta los años 43-44. La importancia de sus minas requirió una línea de ferrocarril de vía estrecha entre Lucainena y Aguamarga para llevar por mar las hematites extraídas de sus yacimientos hasta las siderurgias vascas. La construcción de este ferrocarril fue llevada a término por la compañía minera de Sierra Alhamilla, de la empresa Sota-Aznar, mayoritariamente participada por el industrial bilbaíno Ramón de la Sota,

El peñón siempre tuvo protagonismo en la vida local, aureolado por historias y leyendas. Según la narración de emigrantes retornados de Orán, en esta ciudad habían conocido a descendientes de moriscos expulsados de Lucainena, quienes les contaron que si sus habitantes conocieran los tesoros bajo el peñón escondidos lo desmocharían y cribarían para hacerse con ellos.

La historia, conocida por sus vecinos, contribuía a aumentar el halo de misterio que la silueta del peñón ya poseía.

Hete aquí que por los años 40 del pasado siglo, un pastorcillo que cuidaba de sus cabras en las laderas del peñón, vencido por el sueño se tumbó a la sombra de una carrasca, la cabeza apoyada sobre una piedra plana. Se despertó con un fortísimo dolor de cabeza, consecuencia, pensó, del sueño revelador que había tenido: debajo de la piedra que le había servido de almohada había un tesoro. Comenzó a cavar y sus esfuerzos fructificaron: a poca profundidad halló una olla de barro llena a rebosar de monedas de oro, plata y bronce. Nuestro protagonista, sin valorar su hallazgo y achacando el mismo a su cada vez más insoportable dolor de cabeza, comenzó a arrojar las monedas ladera abajo del peñón. Acción que, según contó, le liberaba de su intenso dolor. De la misma manera procedió con la olla.

Vuelto al pueblo contó su odisea. Entre sorprendidos e incrédulos, los loberos –gentilicio de Lucainena- se lanzaron peñón arriba a comprobar si el relato del pastor era producto de la fantasía alimentada por las leyendas o era una realidad. Y maravillados comprobaron la verosimilitud del relato: esparcidas por la falda del peñón aparecían monedas y trozos de arcilla procedentes de la olla.

La conmoción fue enorme. En este pequeño pueblo la vida transcurría plácidamente, sin sobresaltos, especialmente a partir del cierre de las minas, actividad añorada por los loberos y una de cuyas primeras consecuencia fue la emigración masiva de familias enteras. El pasado minero, las bodas, los bautizos, los entierros y algún que otro chisme local centraban las conversaciones que, al atardecer, mantenían sus vecinos; los hombres sentados en los poyos de la plaza a la sombra del castaño, y las mujeres llenando sus cántaros en la hermosa fuente de cinco caños que parecía presidir el frontispicio de la plaza.

Y pasó lo que tenía que pasar. Enteradas las autoridades provinciales del hallazgo encargaron a la guardia civil la difícil tarea de recuperar el tesoro. La benemérita peinó el Peñón por si aun encontraban algo.

Los “buscadores” autóctonos del tesoro se resistieron a entregar las monedas encontradas pese a la autoridad indiscutible y temida de la Guardia Civil en los años 40. Seguramente todavía hoy hay habitantes en Lucainena que conservan en sus casas monedas procedentes de aquel tesoro. Y que guardan también memoria de un hecho extraordinario, protagonizado por un pastor de cabras que tuvo una revelación mientras dormía, si no es que su ardiente imaginación le permitió “visualizar” tan maravillosa historia.

Cabe esperar que las monedas recogidas por la guardia civil se hallen a buen recaudo y algún día que puedan admirarse en el recientemente inaugurado Museo Arqueológico de Almería.


Barcelona, marzo 2010

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